Los corruptos

“No todos los políticos son corruptos. Son los corruptos los que llegan a la política”, afirma la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, con una voz severa. 

Mientras tanto, Sergio Fajardo –actual gobernador de Antioquia, Colombia- enuncia en la jornada electoral de su país que “los corruptos pagan para llegar”. 

Ambos coinciden en el iceberg de nuestras sociedades latinoamericanas: los corruptos. 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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“No todos los políticos son corruptos. Son los corruptos los que llegan a la política”, afirma la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, con una voz severa. 

Mientras tanto, Sergio Fajardo –actual gobernador de Antioquia, Colombia- enuncia en la jornada electoral de su país que “los corruptos pagan para llegar”. 

Ambos coinciden en el iceberg de nuestras sociedades latinoamericanas: los corruptos. 

Y, quizá, en un intento de desmitificación de la política, desnudan lo que todos obviamos, la corrupción no se hace sola. La corrupción, entonces, no es exclusiva de los políticos. Entonces, ¿quiénes son los corruptos?

Actualmente, éste es uno de los temas que nos pone en jaque. Es, probablemente, lo que ante el hartazgo de la extorsión y el chantaje nos orilló en Nuevo León a elegir un gobierno estatal sin partido. 

Es también la razón por la que en una sociedad violentada por sus corruptos, tiende a justificarla e incluso a traducirla en actos todavía más violentos que como un “efecto dominó” no podemos parar. 

La corrupción se hace costumbre en un país en el que “el que no tranza no avanza” y que como mantra se reproduce cada día. 

¿Qué tenemos que hacer para reducir la corrupción? 

La respuesta a esta pregunta, a pesar de los intentos intelectuales, de proyectos e iniciativas, continúa sin quedar clara. 

De forma, hasta cierto punto, cínica, todos hablan de la corrupción como si fuera un ente desconocido y ajeno. 

Por eso, resulta importante la aportación de Fajardo y Chinchilla. Nos hemos inventado el cuento de que los corruptos son sinónimo de políticos, sin intentar entender el sistema que arropa a la corrupción. 

Y, si el problema son los corruptos y no todos los políticos son corruptos, ¿quiénes son? 

Ahí está el meollo del asunto. Porque en la rumorología tenemos información que corre como agua sucia, pero que tampoco nos da certeza o es insuficiente para ponerle con pruebas (esto es vital) nombres y apellidos. 

Incluso, tal pareciera que en nuestros instintos más primitivos de castigo o supervivencia, la manera más sencilla de encontrar a los corruptos es una “quema de brujas” o “colgar cabezas”, que en ocasiones ni siquiera son los responsables o los únicos responsables. 

¿Cómo le hacemos para comprobar la corrupción de los corruptos? Las estrategias son difíciles en el sentido de que esta sociedad la ha hecho cultura. 

Un modus vivendi que ya no es cuestionable y que cuando lo es, el negocio de la corrupción se reparte por miedo, por chantaje o porque simplemente institucionalmente no hay respuesta. 

Así, pareciera que en nuestros países también denunciamos cuando nos conviene más que cuando se está convencido de que eso sería lo éticamente correcto. 

Las pruebas, entonces, se reducen a la subjetividad de quien se siente ofendido por los corruptos, pero no porque cuente con las herramientas institucionales para hacerlo. 

¿Cuándo vamos a acabar con los corruptos?  Tiene que ser una decisión colectiva. Si no, no funciona. 

Los casos de Costa Rica y el de Medellín, Colombia, han generado un eco en América Latina sobre lo que implica la sobrevivencia como civilización ante los problemas públicos generados por la corrupción. 

Ambos no se explican sin un grupo de personas convencidas de que más que combatir el cáncer de la corrupción hay que limitar las puertas de entrada a la política de los corruptos. 

¿Por qué? Es sencillo y complejo, porque es en la política y la función pública en donde se determinan las decisiones que son comunes. 

De tal manera, que si hoy tenemos una tarea grande en la cual autoeducarnos y autoconvencernos es en una nueva manera de vida pública donde los corruptos no entren, ¿eso puede ser posible? 

Tengo un dejo de esperanza o puedes llamarle fe ciega, pero lo que sí creo es que en nuestro estado y país, como en otros, podríamos generar más que ejemplos, resistencia no a la corrupción, sino a sus corruptos.

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