La educación y la calidad de la educación están en juego. Después de largas jornadas, tal parece que la Reforma Educativa está teniendo reacciones no sólo de los maestros sino de la sociedad civil.
Esto porque durante la recién empezada semana lo que hemos visto son imágenes de violencia extrema en enfrentamientos entre maestros y policías, que dejan a la vista la inconformidad que también parece que crece.
En medio del conflicto que los cambios representan, como del debate que no podemos obviar por la gravedad que ha causado la falta de diálogo, considero necesario que le demos el valor y el significado al arte de enseñar.
Sobre todo, porque estamos viviendo en un país donde por “pocos” pagan “muchos” y en donde hemos denigrado de manera exagerada uno de los oficios más viejos de la historia de la humanidad que, además, conlleva el futuro de la misma.
La educación, sin duda, es la herramienta que por excelencia nos ayudará a resolver problemas.
Por lo mismo habría que rescatar de la ola de rumores a aquellos maestros que han ejercido su profesión con entrega, profesionalismo y ética.
Por ejemplo, todos aquellos que trabajan en los lugares más apartados donde ni siquiera tienen las condiciones de infraestructura para hacerlo con comodidad.
O los que tienen que poner de su propio sueldo para reparar bancas, comprar materiales o pintar la escuela.
También los que trabajan más de las horas establecidas con tal de mantenerse actualizados o que les dedican a los niños tiempo adicional a las clases a fin de que comprendan mejor los conocimientos adquiridos.
Es momento entonces de hacer una reflexión muy profunda que en lugar de colocarlos en el banquillo de los acusados como los “flojos”, “corruptos” o cualquier otro adjetivo que se esté utilizando, para mejor dignificar la profesión resaltando a todos aquellos con nombres y apellidos que no se estén prestando a los juegos del poder y que, como cualquier ciudadano, también tienen derecho de defender sus propios derechos.
Estamos necesitados de una generación que respete a la educación. Es más, que aspire a ser maestro.
No que se siga denigrando una profesión que aporta en gran medida a un mejor futuro en cualquier país que ofrezca servicios públicos de educación.
Entonces, no sobra decir que nosotros tenemos la responsabilidad como sociedad de acompañar a los maestros en la tarea de educar.
Este es el momento, en la crisis, de darnos cuenta de lo valiosa que se convierte la educación formal si es que nosotros estamos dispuestos a darle una renovada visión en donde el compromiso personal deje la huella de uno colectivo que permita una sana transmisión de conocimientos entre las generaciones.
Si usted recuerda a sus mejores maestros, ahí está la respuesta. Cómo eran, en qué se fijaban, hacia dónde los conducían, qué les enseñaban.
Un primer paso para hacer la paz es que reconozcamos que “no todos son iguales”.
Si se conoce a los buenos maestros hay que hacerles saber que estamos en deuda con ellos.
Lo mínimo es dejar de denigrarlos a todos. Lo mínimo para volver a darle valor a la educación en un país que, para variar, es de los más rezagados en el mundo.
Este próximo 1 de julio hay paro de maestros en Nuevo León, ¿hasta dónde llegará esto?
Es una moneda al aire en este “río revuelto”, pero sólo recordemos que esta crisis tiene que sacar a flote sin duda a los mejores. Los necesitamos.