Los niños y niñas de la guerra
Hace algunos días, Cecilia Vázquez, reportera de este periódico, me compartió una galería fotográfica en Internet cuyo contenido me dejó mentalmente paralizada.
Se trata de algunos niños y niñas en el mundo y de sus lugares para dormir.
Las fotos muestran no sólo la diferencia en sus características físicas o culturales, sino lo difícil que ha de ser para algunos de estos chicos saberse en los primeros años de vida vulnerables a la pobreza, la guerra, la explotación infantil o la desigualdad.
Indira KempisHace algunos días, Cecilia Vázquez, reportera de este periódico, me compartió una galería fotográfica en Internet cuyo contenido me dejó mentalmente paralizada.
Se trata de algunos niños y niñas en el mundo y de sus lugares para dormir.
Las fotos muestran no sólo la diferencia en sus características físicas o culturales, sino lo difícil que ha de ser para algunos de estos chicos saberse en los primeros años de vida vulnerables a la pobreza, la guerra, la explotación infantil o la desigualdad.
En las agendas, tanto ciudadana como pública, pocas son las organizaciones en las que se toman en cuenta las realidades de la infancia mexicana.
Sin embargo, ahí están en múltiples reportajes, diarios de campo, libros, registradas esas historias de infantes que han padecido los estragos del conflicto.
Aunque no tengo hijos comparto las preocupaciones que algunos amigos o conocidos tienen respecto al mundo que les estamos dejando.
La crueldad de los actos delictivos o violentos son algunos de los aspectos que están cada vez más afectando a la niñez.
Tan sólo reflexionar que son estos niños los que habrán escuchado a sus adultos hablar de balaceras, ejecuciones, extorsiones, entre tantas otras palabras que el lenguaje de la impunidad nos ha obligado a usar.
En el sitio de Internet Seguridad Humana en Latinoamérica y el Caribe se cita a Juan Martín Pérez García, director de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim).
Él afirma que no son considerados los impactos de la violencia armada en los niños. “Son mil 400 homicidios y ninguna condena”.
De acuerdo con esta organización, se han contabilizado 345 muertes de menores desde enero de 2010 y alerta sobre los estados con mayores números de homicidios infantiles, entre los que se encuentran Chihuahua, Sinaloa, Guerrero, Durango, Tamaulipas y Nuevo León. El mismo sitio destaca que los asesinatos de menores han aumentado vertiginosamente en el norte del país.
Antes el rango en el que se aumentaban los homicidios era de víctimas de entre 15 a 17 años, ahora es de 0 a 4 años.
A estos casos hay que sumar otro tipo de consecuencias de aquellos que son familiares directos de adultos que son víctimas.
Por ejemplo, ¿qué sucede con los hijos e hijas de las víctimas de desaparición forzada? ¿Cuál es el impacto emocional de los huérfanos en estas consumaciones de actos violentos o delictivos?
Gustavo Ibargüengoytia, quien es psicólogo, menciona que es importante tratar cada uno de los casos porque todos son distintos: “en general se pueden ver afectados con sus iguales, es decir, con la relación que tengan con otros niños de su edad. Pero también la reacción de los familiares ante estos pequeños, porque a veces ellos pueden sentir que no son tan queridos por la poca atención –si se diera el caso- que reciben durante el transcurso del duelo”.
También enfatiza que es importante que los niños establezcan nuevamente relaciones de confianza con los adultos, las cuales se pierden una vez que suceden los hechos.
“Necesitan tener una red de apoyo que los proteja a su vulnerabilidad emocional, estando atentos de lo que están sintiendo o experimentando”, de acuerdo con Ibargüengoyitia.
Por eso mismo es muy importante que lejos de celebrarlos por recordarnos a nosotros mismos, que alguna vez fuimos niños cada final del mes de abril, tenemos que preguntarnos ciudadanía y gobiernos: si estamos dispuestos a establecer esa red de apoyo que no permita que nuestros niños y niñas, víctimas directas o indirectas de esta guerra, sigan sufriendo la violación de sus derechos a vivir seguros.
No podemos permitir que las generaciones que vienen, que además son las que estarán en la edad productiva cuando este país envejezca más, crezcan desprotegidos por adultos que irresponsablemente hemos creado circunstancias en algunas partes de México, tal como lo menciona la Redim, donde los tenemos viviendo en el riesgo.