Me senté en un parque que está recién inaugurado en San Pedro Garza García. Un vecino del lugar quería contarme su historia, así que mientras caminábamos y observaba a otras personas ahí, pensaba en lo difícil que es sobrellevar el confinamiento. No sólo por las razones sanitarias y económicas que conocemos, sino por nuestra salud mental.
Dedicándome al urbanismo, estoy convencida de que los parques son el espacio donde somos iguales. Uno de los núcleos de convivencia urbana indispensables para el entramado de las ciudades, el desarrollo económico de los barrios y el derecho al juego que tienen los infantes en crecimiento.
Lamentablemente, entre que no hay presupuesto que alcance para su mantenimiento, que los hábitos de “ir al parque” han cambiado y con el alza delincuencial, a veces más que espacios de permanencia se convierten en caminos disfrutables (sobre todo si tienen árboles).
El COVID-19 nos mostró que prácticamente nadie tiene una casa enorme con un jardín para disfrutar. De hecho, en los primeros días de confinamiento total, era una de las primeras franquezas del golpe de realidad. El espacio en donde vivimos, que para quienes trabajamos lo usamos poco tiempo, se convirtió en más relevante: casa, oficina, guardería, escuela. Todo a la vez.
Esas tensiones han hecho que se incrementen casos de violencia, divorcios y cambios sustanciales en el ámbito familiar.
Un artículo que leí en el periódico El País señala: “En la psique humana, explica la divulgadora y filósofa Elsa Punset, el lugar que por defecto ocupan las emociones positivas, la alegría, es pequeño. “Tenemos un cerebro programado para sobrevivir que presta más atención a sensaciones como el miedo o la ira. Imponemos un sesgo negativo a lo que recordamos”.
La cuarentena ha dejado una huella psicológica en todos, se ha exacerbado esa prevalencia de las sensaciones negativas. Por eso, expertos como Punset apuntan a la necesidad urgente de “reequilibrar nuestro cerebro, entrenarlo en positivo para saber cómo vivir en el presente”. Integrar la naturaleza en nuestra vida será una estrategia fundamental para tal propósito.
En estos momentos críticos tener un parque donde, con sana distancia, al menos puedas sentirte “sin muros”, o descansar un momento, o para las y los niños jugar es, además de un derecho, algo básico en su crecimiento.
Si antes había necesidad de tener y mantener los parques como pequeñas “islas” en las urbes, con las viviendas pequeñas, a veces hasta en hacinamiento o conflictos de barrio, ahí es donde podríamos tener un “antídoto” para cuidar nuestra salud mental. Por supuesto, con protocolos específicos sanitarios, pero tener y mantener esos parques.
Porque como dice Punset: “Si en un futuro próximo se calcula que el 70 por ciento de la población mundial va a vivir en ciudades, es necesario repensar esas ciudades, convertirlas en municipios de proximidad, llenos de espacios verdes. Es imprescindible cuestionarnos de dónde viene lo que comemos, lo que vestimos y qué relación establecemos con el resto de especies”.
Espero que al menos en esto, estemos aprendiendo una gran lección.