‘Los Princesos’ de la política
De acuerdo con uno de los grandes psicólogos de nuestros tiempos, Abraham Maslow, los seres humanos tenemos una jerarquía de nuestras propias necesidades.
Según su modelo, representado por una pirámide, la base se compone de las necesidades más básicas (que se consideran fisiológicas) y conforme se vuelve más alta se generan otras que son superiores, relacionadas con las necesidades psicológicas de autoestima y autorrealización.
A pesar de esta explicación lógica de generaciones atrás, algunos teóricos seguramente tendrán que actualizarse.
Indira KempisDe acuerdo con uno de los grandes psicólogos de nuestros tiempos, Abraham Maslow, los seres humanos tenemos una jerarquía de nuestras propias necesidades.
Según su modelo, representado por una pirámide, la base se compone de las necesidades más básicas (que se consideran fisiológicas) y conforme se vuelve más alta se generan otras que son superiores, relacionadas con las necesidades psicológicas de autoestima y autorrealización.
A pesar de esta explicación lógica de generaciones atrás, algunos teóricos seguramente tendrán que actualizarse.
Porque algo está pasando en esta generación mexicana, que parece que la pirámide está invirtiendo su forma original.
Es decir, que nos la vivimos preocupados más por cubrir nuestras necesidades de seguridad, aceptación social, imagen, que lo que realmente nos hace sobrevivir.
Para botón de muestra, las tribus urbanas que han emergido como una expresión social de esas nuevas prioridades.
Entre todas ellas, llama la atención los casos que han identificado los excesos de hijos de políticos, que además los exhiben en las redes sociales como si fuera información presumible.
Es lamentable que en un país conformado por población mayormente joven, tenga que comenzar a lidiar con los estragos de quienes compran la satisfacción de sus necesidades secundarias de autoestima mediante el dinero que, por cierto, no es suyo.
Es decepcionante una generación que sin siquiera tener el poder (porque sus padres sí lo han tenido, pero resultaron un fiasco), aspira a ser ícono de la política mexicana.
No se han ganado absolutamente nada, más que cientos de observadores curiosos que ven pasar en las pantallas de sus computadoras un estilo de vida que, sin oportunidades, es difícil de alcanzar.
También es lamentable porque existen otros jóvenes talentosos en el país que realmente se esfuerzan, no sólo por crearse un éxito personal sino por compartirlo con sus vecindades.
Y mientras estos otros “presumen” ser el “hijo de…” o “amigo de…” y así han conseguido el dinero que ostentan gastándolo en lujos desmedidos.
En un país con pobres, desempleados, víctimas de la inseguridad, entre otros críticos problemas, es un lujo tener que mantener a los hijos de los políticos.
Los “princesos” como les han llamado hasta cariñosamente. Este periódico relataba hace días, por ejemplo, la historia de Luis Armando Reynoso, hijo del ex gobernador de Aguascalientes del mismo nombre, a punto de inaugurar un centro comercial del que se pone en tela de duda las transacciones o negociaciones para su existencia, así como la transparencia de las mismas.
Pero como antecedente una fiesta que organizó para sus amigos, cuyo costó ascendió a cientos de miles de pesos.
No es el único.
Hace algunos meses también conocimos por redes sociales los gustos de a hija de Romero Deschamps, presumiendo por Facebook sus viajes en yates, o sus “bolsas de superama”, que en realidad con lo que cuestan viviría una familia durante un año.
Mientras que su hijo compró departamentos en Miami por alrededor de 7 millones de dólares.
Algo no estamos haciendo bien como sociedad mexicana al permitir que estos “princesos” de la política abusen del poder que a sus padres les fue conferido por el voto de una ciudadanía que sigue sin vigilar, tanto a unos como a otros, mientras continuamos manteniendo sus compras que suplen sus necesidades de autoestima, seguridad y aceptación social con dinero que no es de ellos, sino de quienes pagamos impuestos.
En lugar de asombrarnos, deberíamos hacer algo porque es inaceptable que México tenga una nueva clase: ‘Los Princesos’ de Política.