Así se llama un documental que muestra una radiografía aproximada del comercio informal y su reconfiguración actual.
No. Las cosas ya no son como antes y el espacio público se ha convertido en botín.
No sólo de grupos informales, o de los mismos formales –incluyendo a los gobiernos locales-, sino de una nueva fragmentación de mafias que mantienen relaciones a chantaje con las personas que necesitan sobrevivir de eso.
Lo cual complica aún más las negociaciones que eternamente han visto en el desplazamiento o la reubicación la opción más “viable” como socialmente aceptable.
Sin embargo, además de hablar de la impunidad y corrupción que impera en estas redes de poder, hay que ver el futuro.
Y en el futuro el mercado tiende a voltear a la calle como opción para la experiencia de consumo en las ciudades más importantes del mundo que son las que marcan las tendencias.
Nosotros, en la mayoría de los países de América Latina, no concebimos nuestra cultura urbana sin el espacio abierto.
Aunque existan ciudades más “americanizadas” en donde los centros comerciales sean ahora las plazas públicas, el péndulo se mueve hacia la calle.
Sí hay quienes todavía denigran al comercio informal llamándolos “puesteros”, como si fuera un asunto de clase social.
Anticipo que ahí viene una generación desempleada, con títulos universitarios, que tampoco encontrará sus oportunidad en el mercado formal y comenzará –ya lo estamos viendo- a ocupar también esos espacios.
El debate está con otra generación de comerciantes informales. Complejo, sí. Mucho.
Primero, dejemos claro que el espacio público es público. Segundo, que no se deberían hacer concesiones que estén fuera de la ley.
Y tercero, ninguna persona tiene la facultad de ponerlo en “renta” de manera informal. Sin embargo, seamos realistas. Ningún punto de los anteriores se cumple.
Si a eso le agregamos nuestra crisis, la desigualdad y el incremento y/o fragmentación de las mafias… las calles se convierten en el blanco perfecto para llenarlas de puestos.
Y como he mencionado, esto va a crecer… sin reparo.
¿Sirve el desplazamiento? No. Por décadas –más ahora- ha sido la solución “fácil”.
Una guerra por el territorio no tiene ni posibilidades de éxito ni de fin.
En otras ciudades se han gestado alternativas desde la planeación urbana, que si bien no solucionan el problema de fondo sí colaboran a la redistribución del espacio, que, finalmente, tanto a unos comerciantes como a otros afecta.
Esa otra redistribución de los espacios requiere, claro está, de las voluntades para entender que hay lugar para todos, pero se tiene que decidir cuál es su lugar, cómo contribuiría para el bienestar de los propios consumidores y cuánto costaría.
Es imposible imaginar un futuro sin puestos en la calle, es más, se va a complicar más todavía.
Es ya no un problema de estorbar o no, sino realmente un problema público con efectos graves.
Aquí lo importante es que sepamos que existen otras vías para negociar el conflicto sin necesidad de sacrificar al mercado, menos aún a los que sí pagan impuestos.
Esas vías están en marcha en otras ciudades con resultados positivos.
Nadie nos enseñó a cómo “ordenar” no al comercio sino al espacio público, pero es el momento.