Me lleva al segundo piso. Desde ahí señala su casa, ubicada en uno de los puntos más altos de la colonia Independencia. Maickol -así escribe su nombre- sabe que no vive con la guerra, sino convive en ella, que es distinto. Casi todos los días de la semana emprende un viaje que consiste en subir y bajar escalones al lugar que se ha convertido en su refugio: un salón lleno de instrumentos musicales donde su profesor Noé Díaz imparte clases dentro de las instalaciones del Centro Comunitario Bicentenario de la Independencia.
Era jueves por la mañana cuando llegué al salón. Noé, orgulloso, nos presume que Maikol ha ganado el concurso del Rey del Vallenato 2011. El chico deja en la silla su timidez para interpretarnos una pieza musical, lo hace con maestría impactante y tal seguridad que nadie ha visto que trae la camisa rota. El premio le ha abierto la oportunidad de poder viajar a otras dos competencias, una en Colombia y otra en Chicago. Maikol está ilusionado, la idea de viajar suena como salir de la tierra… Comprenderán que hay días en los que “las cosas están raras en la Indepe”, y ni siquiera puede salir de su casa.
A los 21 años, Maikol decidió ir a la ciudad de vez en cuando para ganarse la vida tocando con sus amigos, esto le ha permitido concentrarse en aprender. De hecho, adjudica su premio a la técnica porque, aunque desde los ocho años le gusta este género musical, nadie le había dado clases profesionales.
“Primeramente Dios voy a ir”, insiste cuando le preguntan por los viajes que están en puerta.
Miguel Ramos, uno de los administradores del centro comunitario, confía en que la gestión de recursos dentro de la Secretaría de Desarrollo Social culmine con éxito. Una “intuición de burocracia” significa que debo llevarme la tarea a casa: ¿de dónde se puede juntar lo que se necesita?
Al lunes siguiente regreso con la propuesta en la mano. Un evento, por la premura del tiempo, el concurso colombiano es a finales de septiembre- con una convocatoria de nuestra red de amigos. Miguel y Noé concuerdan en la alternativa, coincidimos que no sólo son los gastos básicos, sino algunos otros imprevistos que deben incluirse. Estamos en esa charla que parece una lluvia de ideas para derribar obstáculos contra tiempo. Maikol nos mira como si siguiera la pelota de un partido de fútbol…
En un instante, Maikol detiene el torbellino: “A mí lo que me preocupa es mi acordeón”. Me deja muda. Pienso por un segundo que a su edad cualquiera querría viajar y presumir que se fue de viaje, ¿por qué? Le preguntó. “Porque le fallan tres teclas. Así no voy a ganar”. Recibí una cubetada de agua fría. “Cierto, un acordeón nuevo”, agrego a la lista. Parece que su preocupación es insignificante, pero no lo es. Maikol ha entendido que los viajes, los concursos, las oportunidades van a llegar, pero si no tiene su instrumento, esa llave para abrir la puerta, será más difícil.
Llegar a ese punto es uno de los objetivos de la prevención social de la delincuencia, tal como han demostrado las políticas públicas e intervenciones sociales de ciudades como Medellín: “concentrar nuestra atención en la puerta de entrada al crimen”, diría mi maestro Sergio Fajardo, ciudadano que fue alcalde de esa entidad colombiana en donde se redujeron las cifras delictivas a partir de esta visión, con estrategias integrales enfocadas a la educación.
Los jóvenes han encontrado en el crimen organizado las oportunidades que el Estado y la sociedad de la que son parte han hecho caso omiso. La puerta de entrada es tan ancha que basta un motivo. En un contexto como el de Maickol sería hasta práctico tomar la AK-47, pero él lo que quiere y necesita es un acordeón.
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