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Malestar creciente

Las consecuencias del colapso financiero y la Gran Recesión han sido tan severas y obcecadas que han generado profundos efectos políticos y psicológicos. 

La desconfianza del gobierno y el pesimismo sobre el futuro están creciendo. Hay una sensación creciente de que los gobiernos han perdido el control de los acontecimientos. Eso alimenta una alienación más amplia de la autoridad. 

Lo asombroso es que, hasta el momento, esa insatisfacción no haya producido una reacción política negativa más enérgica. 

Las consecuencias del colapso financiero y la Gran Recesión han sido tan severas y obcecadas que han generado profundos efectos políticos y psicológicos. 

La desconfianza del gobierno y el pesimismo sobre el futuro están creciendo. Hay una sensación creciente de que los gobiernos han perdido el control de los acontecimientos. Eso alimenta una alienación más amplia de la autoridad. 

Lo asombroso es que, hasta el momento, esa insatisfacción no haya producido una reacción política negativa más enérgica. 

En Estados Unidos, está el Tea Party; y hay movimientos extremistas en todas partes. Pero en general, los partidos políticos principales han retenido el control del gobierno, como nos lo recuerdan las elecciones de esta semana. No sabemos si esta situación continuará, porque parecemos estar atrapados en un círculo vicioso. Las economías débiles alimentan el pesimismo, y el pesimismo hace que las economías sean débiles,  lo que fortalece el atractivo de movimientos populistas y extremistas. 

La última prueba de este ciclo proviene del informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en París. El informe —titulado “¿Cómo le está yendo? 2013: Medición del bienestar, fue inspirado inicialmente por la creencia de que la prosperidad en la mayoría de las sociedades ricas podía darse por descontada y que el éxito de los países no puede juzgarse exclusivamente en términos económicos. El informe reúne estadísticas económicas (ingresos, desempleo) y otras medidas (participación electoral, tasas de satisfacción personal). 

Los resultados a menudo revelan diferencias peculiares entre los países. Consideremos este hecho intrigante sobre Japón. Era uno de los países con expectativa de vida más larga, 83 años en el nacimiento. Pero los japoneses promedio califican su propia salud como la peor de los 35 países clasificados. A la inversa, los norteamericanos están primeros en la salud autoreportada, aunque sus expectativas de vida, 79, van significativamente a la zaga de las japonesas. 

Pero la ironía del informe de este año es que las conclusiones más interesantes se refieren a lo que sucede cuando la prosperidad ya no parece asegurada. La confianza en el gobierno cae. En 2012, solo el 40 por ciento de la población en los países de la OCDE confiaba en su gobierno. En algunos países, las cifras eran menores. En 2012, era el 35 por ciento para Estados Unidos, mientras que en 2009 había sido del 50 por ciento. En Japón, era del 17 por ciento en 2012, mientras que en 2009 fue del 25 por ciento.  La esperanza se está diluyendo. En una encuesta de 39 países, solo las poblaciones de 9 de ellos esperaban que su “satisfacción de vida” fuera mejor dentro de cinco años, de lo que es hoy. Hasta los que tienen trabajo se sienten más estresados que antes de la crisis económica. Una encuesta de conflictos percibidos entre trabajo y familia halló que aumentaron prácticamente en todos los países europeos, entre 2004 y 2010. No hay nada irreversible en estas tendencias; pero no sabemos si se revertirán o no. El informe señala que hay unos 16 millones más de desempleados en los países de la OCDE que antes de la crisis económica. Algunos países ricos (Alemania, Suecia) escaparon la parte peor del bajón; pero la mayoría no lo hizo. Los habitantes están reevaluando lo que pueden esperar como algo normal y realista. El futuro del orden político depende en parte de la reactivación del orden económico. 

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