Franceses hacen largas filas para comprar en Zara tras el desconfinamiento

Manipulación

Terminando el primer grado de secundaria y con 13 años a cuestas, empecé a trabajar con mi amada madre, q.e.p.d., allá por 1979. Un buen amigo hizo lo propio con un tío que tenía una mercería y escaso estudio, pues apenas contaba con segundo de primaria. Leía y escribía con cierta dificultad, pero ahhhh… ¡qué […]

Terminando el primer grado de secundaria y con 13 años a cuestas, empecé a trabajar con mi amada madre, q.e.p.d., allá por 1979. Un buen amigo hizo lo propio con un tío que tenía una mercería y escaso estudio, pues apenas contaba con segundo de primaria. Leía y escribía con cierta dificultad, pero ahhhh… ¡qué bárbaro!, contaba como si fuera matemático graduado. Su poca formación académica es un dato importante por el desarrollo de esta historia.

En una ocasión, don Fulano compró un gran lote de estambre y llenó su bodega. De inmediato lo puso a la venta: “16 pesos la madeja… llévelo, llévelo”. Pasó un día, pasaron dos; pasó una semana y otras más y se vendía muy poca mercancía, lo que significaba que estaba perdiendo dinero porque no podía “darle la vuelta” al producto.

¿Te acuerdas hasta qué año estudió? No tenía ni diplomado, ni maestría o doctorado en mercadotecnia, para nada, pero era vivo como pocos he conocido y al percatarse de la poca venta de estambre le dijo a su sobrino: “pon un cartelón que diga: ¡Oferta: 3 madejas por 50 pesos!” ¿Qué ocurrió? Pues que la mercancía literalmente voló… y además la vendió más cara (haz cuentas).

Yo quedé muy sorprendido de lo que había visto y años después, ya dedicado a la educación financiera, analicé lo ocurrido. ¿Cuál fue el secreto? Muy simple: la palabra “oferta”.

Y sí, cada vez que leemos o escuchamos las palabras o las frases oferta, descuento, ganga, últimos días, liquidación, meses sin intereses, venta nocturna, buen fin… (uffff…. ya me cansé), reaccionamos igual que un perro callejero en vitrina de carnicería e incluso empezamos a salivar. ¡De veras! No estoy exagerando.

Nuestras neuronas se exaltan y nos hacen pensar que “no vaya a ser que nos estemos perdiendo de algo muy bueno” y mejor me meto a la tienda para constatar que no soy cualquier tarugo, sino uno muy particular que gasta de forma irracional en lo que le ponen enfrente.

¿Cuántas veces nos ha pasado que vamos a “dar la vuelta” al centro comercial solo a mirusquear, por un helado o por un café, y regresamos con bolsas que contienen mil chucherías que no teníamos en mente comprar cuando salimos? Seguro que muchas. Y si en algún momento nos detenemos a ver lo que hemos comprado de esta forma impulsiva nos daremos cuenta de que el gasto suma varios cientos y hasta miles de pesos. ¡Y luego nos quejamos de que no hay dinero!

Resiste el bombardeo manipulativo para que no desperdicies dinero en cosas que son antipatrimoniales.

Recuerda que “No es más rico el que gana más, sino el que sabe gastar”.

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