“En este mundo no son gratis ni las sonrisas”.
Y, en el Estado de Nuevo León de la crisis queda claro que cada habitante pagará por las decisiones públicas implementadas.
La suspensión del “domingo gratis” en el metro (lo de gratis es un decir) ha generado un último debate que en la profundidad no sólo tiene que ver con pagar los costos de una errática administración anterior en Metrorrey, sino las políticas que privilegian al uso del automóvil privado sobre el transporte público, ¿a qué me refiero?
Empecemos por analizar que la Zona Metropolitana de Monterrey a diferencia de otras metrópolis sólo tiene dos líneas de metro para atender a una población que, conforme pasan los años y la urbe crece en forma extendida –hacia los lados-, necesita de traslados diarios rápidos y seguros.
Que además, la mayoría de las conexiones son las zonas vulnerables en donde habitan quienes pueden pagar la tierra barata: la clase baja y la clase media-baja.
Desde su diseño, que incluso “deprimió” algunas zonas a su paso por ser elevado, no se intuye que haya sido prioridad desde su gestación para satisfacer las demandas de transporte público.
Pero, ¿es que existe demanda de transporte público en los habitantes de Monterrey?
Se ha acrecentado conforme el crecimiento de la urbe, pero por increíble que parezca, la cultura regiomontana sigue soportando su amor irrefutable por el uso excesivo del automóvil.
En realidad, el metro incluso está encasillado como de uso de “los pobres”, “los cholos”, “los apestados”.
Por tanto, tampoco ha estado en la mira de una agenda pública o ciudadana que exija mayores líneas o una mejor calidad en el servicio.
Es más, el hecho de que hubieran tenido que establecer un día gratuito para que se incrementara la cantidad de usuarios más que hablar de populismo, nos da una radiografía de los usuarios como de la falta de interés de “subirse al metro”.
En Monterrey, el progreso del “nada es gratis” ha hecho que la clase media y la clase alta que no quiere pagar la verificación vehicular acepte la cancelación del domingo gratis.
Así que en este contexto social es normal que no se privilegie a los usuarios del transporte público sobre los usuarios de los vehículos.
Es decir, pocas personas están dispuestas a avalar incrementos en el uso de automóvil particular, pero muchas otras sí están conformes con hacerlo sobre el costo del transporte público.
Lo cual privilegia la economía familiar de unos, pero no de otros.
No quiere decir esto que todo tenga que ser gratuito, pero entonces en esa libertad de asumir los costos tendría que ser equitativamente para ambos usuarios.
Y, sí nos vamos más allá, cualquier ingreso al presupuesto público debe ser destinado para el beneficio de lo público y si recordamos los autos particulares son eso, privados.
Todo dinero debe utilizarse para que el transporte público sea cada vez más usado.
Mientras que algunas personas están esperando ese “ideal” para bajarse de un auto y subirse al metro.
No habrá transporte público eficiente en la medida en que no sea prioridad de quienes lo usan.
Que, además, nunca se sube al metro por diversión.
Y, aunque así lo fuera, es indispensable que se piense en un servicio inteligente, eficiente, limpio, en el cual asumamos los costos todos los responsables.
Porque antes de poner a debate la gratuidad habría que preguntarnos si queremos al metro como prioridad para que sea accesible no sólo en términos de costo, sino de acceso a las vías del metro (recordemos que la línea 3, por ejemplo, está sin terminar).
Necesitamos crear incentivos para que la corresponsabilidad de privilegiar al metro como transporte público para incluso contribuir a cerrar la brecha de la desigualdad, sea una prioridad de estos gobiernos que siguen la tradición de tomar decisiones técnicas sin medir ni asumir las consecuencias del impacto social.