México secuestrado
La primera vez que escuché hablar sobre el delito del secuestro fue en mi adolescencia.
No fue exactamente una noticia de secuestro, pero sí una amenaza a una persona cercana a mi círculo de amigos.
Se le llama miedo o pánico a las emociones que se generan cuando sientes que acecha el peligro constantemente.
Esa vez no pasó nada. Pero cuando llegué a los 17, la palabra secuestro tuvo un significado todavía más impactante.
Indira KempisLa primera vez que escuché hablar sobre el delito del secuestro fue en mi adolescencia.
No fue exactamente una noticia de secuestro, pero sí una amenaza a una persona cercana a mi círculo de amigos.
Se le llama miedo o pánico a las emociones que se generan cuando sientes que acecha el peligro constantemente.
Esa vez no pasó nada. Pero cuando llegué a los 17, la palabra secuestro tuvo un significado todavía más impactante.
Uno de mis mejores amigos de la primaria había sido secuestrado. Días después, encontraron los cuerpos de él y su novia en la carretera cercana.
Estoy segura que historias de esas, cercanas o lejanas, hemos escuchado casi a diario en los últimos años en México.
El delito de secuestro que Wikipedia lo define como “el acto por el que se le priva de libertad de forma ilegal a una persona o grupo de personas, normalmente durante un tiempo determinado, con objeto de obtener un rescate u otras exigencias del secuestrado o de terceros. Las personas que llevan a cabo un secuestro se conocen como secuestradores”.
A veces me pregunto si esa palabra: “secuestro”, no sólo puede significar parte de la ola delincuencial que ha dejado dolores sociales y familiares latentes, sino también el estado en el que estamos con la clase política que nos gobierna.
Muchas veces he escuchado amigos decir que “dentro”, o “afuera” del sistema, pueden hacer los mejores cambios.
Ambos argumentos me parecen sumamente válidos como el conocimiento de que en nuestras ciudades mexicanas hay muchas personas talentosas que realmente tienen capacidad para enfrentar al monstruo de lo “público”.
Así, conozco a buenos funcionarios públicos como buenos proyectistas sociales, o dirigentes de organizaciones civiles, que hacen ese mejor esfuerzo para la transformación.
No obstante, algo está pasando que las buenas intenciones o esos micro-esfuerzos no son suficientes.
Tan es así, que muchas veces también he escuchado el clásico “no está en mis manos”.
Tengo la sensación de esa ligera impotencia al escuchar la palabra secuestro.
Me imagino la desesperación de muchos porque exista un cambio real y profundo para solucionar los problemas de nuestro país, y tal parece que nuestros “secuestradores” nos tienen así: secuestrados.
En la incógnita e incertidumbre de no saber para dónde vamos, o si vale la pena cuando estamos viviendo entre los delincuentes que se han atrevido a amenazar nuestra tranquilidad todos los días.
No conozco una persona que no sea afectada por esto.
Lo peor: esa sensación de que no tenemos el poder para cambiarlo.
Porque ahí están todos los días nuestros políticos corruptos sirviéndose con “la cuchara grande” sin que irremediablemente podamos evitarlo.
Ante el miedo que nos provoca, seguimos dándole nuestro dinero a los secuestradores, manteniendo sus cuentas bancarias millonarias, sus casas, sus terrenos y hasta a sus juniors.
Tenemos las manos “atadas”, los ojos “vendados”, la mente “atormentada” por lo que definitivamente no nos toca resolver.
¿Hay alguna esperanza para escapar del secuestro?… A veces pienso que no.
En mis días más sombríos siento esa sensación de vacío, como cuando me enteré que a Jonathan lo habían encontrado muerto.
Pero hay otras ocasiones en las que puedo sumar a esas personas que están trabajando arduamente por una transformación y me convenzo que nuestra época del “México secuestrado” será pasajera, se irá pronto.