Mi primera vez con Mauricio Fernández
Me lo han presentado en tres ocasiones y en las tres me ha contestado “mucho gusto”. Hasta este momento no he sabido cómo interpretar eso.
El jueves pasado nos encontramos en su oficina para conversar sobre los casinos. El polémico alcalde de uno de los municipios más prósperos en América Latina no tiene reparo en admitir, desde el principio de nuestro encuentro, la falta de voluntad y compromiso de los políticos para cerrar la puerta a estos negocios.
Indira KempisMe lo han presentado en tres ocasiones y en las tres me ha contestado “mucho gusto”. Hasta este momento no he sabido cómo interpretar eso.
El jueves pasado nos encontramos en su oficina para conversar sobre los casinos. El polémico alcalde de uno de los municipios más prósperos en América Latina no tiene reparo en admitir, desde el principio de nuestro encuentro, la falta de voluntad y compromiso de los políticos para cerrar la puerta a estos negocios.
Mauricio Fernández, enfundado en su camisa kitsch de grandes alcatraces al frente, ha tomado decisiones que a muchos nos ha hecho enfadar o coincidir en los argumentos.
Por ejemplo, dicen en los barrios de San Pedro que él sí tiene pantalones para “blindar” al Municipio. Pero por otro lado, algunos nos preguntamos con escepticismo sobre cuál es el costo en el corto y mediano plazo que hay que pagar ante esa aparente seguridad, porque no existe.
Hay otro ejemplo: hay quienes aplauden su visto bueno por el proyecto San Pedro de Pinta, elaborado desde el IMPLAN y que por primera vez se realiza en Nuevo León, pero al mismo tiempo para algunos fue una apuesta polémica ante la postura conservadora de quienes todavía no están convencidos de que la seguridad es también una estrategia de convivencia en los espacios públicos.
Hablar de seguridad con el alcalde “rudo” es enfrentarse a frases hechas a la medida del discurso que ha creado sobre sí mismo como el que ha tomado “al toro por los cuernos”.
Sin embargo, cuando le menciono que de cierta manera lo ha podido hacer porque es rico, de una familia tradicional y tiene un séquito de protección a su alrededor, Mauricio acepta que sus decisiones han caminado sobre un campo minado. Es entonces donde saca a relucir la gran incapacidad de los políticos para enfrentar al crimen organizado, las amenazas, los ofrecimientos de dinero desde su campaña, las diferencias que ha tenido al interior de su partido, e incluso los conflictos que tuvo con el Poder Judicial ante el rechazo de los casinos y la denuncia de jueces corruptos.
Él asegura que con los candados legales que se han puesto en el Municipio es prácticamente imposible que se instalen casinos.
Pero también reconoce que pocos se han interesado en este tema que a él le parece trascendental para la seguridad.
Sin definir si seguirá en la función pública ahora o más adelante, coincide que uno de los ingredientes principales para la transformación de nuestro país reside en la gente.
“Somos un pueblo sumiso”, afirma con su voz determinante, “entonces lo que debemos hacer es romper con esa sumisión”.
Regresamos al tema de los casinos, le pregunto dónde estaba ese 25 de agosto cuando incendiaron el casino Royale. No lo recuerda a la perfección.
“¿Qué pasará con el caso del casino Royale?”, le pregunto, pero me contesta con un silencio. Veo los ojos dilatados de quienes me acompañan, esperando la respuesta de Mauricio.
“Nada”, es de las primeras palabras que responde.
Inmediatamente explica lo que sabemos por la práctica misma: impunidad y corrupción como parte de las raíces de la consumación de los actos violentos y delictivos.
Ahora soy yo la que no le presta atención. Me quedó pensando en la contradicción en la que muchos viven al pretender actuar sobre los escenarios de inseguridad más difíciles de nuestros tiempos.
Porque aunque cerrar casinos podría parecer una opción, de cualquier manera hay muchos otros factores qué atender para que realmente se implemente una estrategia integral en la que se pueda combatir la corrupción y no mandar al archivo muerto los casos impunes que deben resolverse en este país.
¿Qué tendría que pasar para que exista justicia?
Mauricio termina de hablar, mientras a mí me sigue taladrando la cabeza esa simple pregunta.
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