Intentaba ayudar a una señora de aproximadamente 80 años a sacar sus documentos correctos para su trámite. Era tanta su insistencia de buscar el comprobante de domicilio para poder completar la documentación ante el Instituto Nacional Electoral que no dudé en preguntarle cuáles eran los motivos.
Ella no dudó en contestarme: “No es para mí. Es para mi hija”.
Cuando observé a su hija de mediana edad me percaté de su evidente discapacidad.
“Y, si no es indiscreción, ¿su hija necesita esta documentación?” –entenderán el supuesto “prejuicioso” de mi parte: ¿para qué quiere una persona en tales condiciones físicas la credencial para votar?-.
Tampoco reparó: “le van a dar mil pesos por votar por un fulano”, decía entre muecas desesperadas de mis preguntas fuera de lugar y de no encontrar los documentos.
Hay muchas personas de lo público que obvian esta situación amedrentando a las condiciones de desigualdad de estas personas.
No sólo existen los que se aprovechan de tales, sino aquellos que los ignoran. Que dentro de todos los análisis los pobres (no el eufemismo de la pobreza) están lejos del escenario.
Regresan en forma de niños, jóvenes, mujeres, adultos que aparecen en las fotos abrazados al político en turno de las promesas.
Pero, ¿te has dado cuenta? Nunca se les habla a los pobres más que para mostrarlos a la clase media, también tan necesitada de atención y afectos de lo público, que sí se está atendiendo este grave problema que lacera a todos los rincones del país.
Pero, ¿dónde están? Sostenidos de lo que los gobiernos han asumido con una responsabilidad electoral de cada cierto tiempo: darles de comer para que sobrevivan hasta la elección siguiente.
Aún con estas adversas circunstancias, hay quienes quieren apelar a la razón de los pobres.
Asumiendo que “gracias” a ellos estamos como estamos porque son ellos los que “se dejan” engañar por las grandes campañas populistas que derivan en las élites que nos gobiernan.
No es un chiste personal. He escuchado y leído a más de un idiota expresar: “si los pobres no aceptaran la despensa…”.
Pero, ¡qué discursos tan más indignantes hemos creado nosotros mismos! Tratamos a los pobres como moneda de cambio.
Hasta el momento, por ejemplo, no encuentro una sola narrativa que abra el diálogo con los pobres.
No, no existen. Sólo para darles algo que los ayude a sobrevivir porque aunque volvieran a nacer, seguirán siendo pobres.
Alguna vez intentaba frente a un empresario reconocido hablarle de ese tema.
“La vida es muy difícil hasta para los ricos, ¡eh!”. Me contestó en un tono lisonjero. Pues no, siendo así, no existen.
La desigualdad es uno de los problemas públicos que si no se resuelven nos dejan en el mismo punto.
Ya lo decía Andrés Manuel López Obrador y nadie le creyó (lejos de si tenemos filias o fobias ante su nombre): Primero los pobres.
Pero los pobres en este país han salido de los temas más importantes de la agenda pública.
Se nos olvida con frecuencia que no hay desigualdad que aguante un país digno para vivir.
Que mientras haya niños que no tengan un pan, no habrá jóvenes que decidan estudiar.
Que mientras exista esa “oportunidad” de tener mil pesos en las manos, nunca habrá un votante convencido.
Que aquí, lo de menos es quién venga a prometer el paraíso, si no viene con dinero no es nadie.
Que el tema de fondo que se juega en una votación es ver quiénes se aprovechan mal de su propia desigualdad o de la ajena. Mil pesos por un voto.