Hasta antier, el mandato de EPN estaba acotado al campo de los símbolos y las buenas intenciones; sin embargo, la aprehensión de Elba Esther plantea la posibilidad de llevar los buenos deseos a los hechos. Hay dos posibilidades. La primera es que el caso de Elba Esther sea un acto aislado, donde el presidente solo simula y busca dar golpes mediáticos para fortalecer su poder y su legitimidad. La segunda es más remota, pero más deseable: Peña lleva su discurso de reconstrucción nacional de la teoría a los hechos, el caso Elba Esther sería el parteaguas para atacar la impunidad y hacer los cambios urgentes que necesita el país, aún si eso significa enfrentarse a poderosos y aliados.
Los primeros meses de Peña Nieto parecerían arrojar una pequeña luz de esperanza. Se creía que iba a ser un presidente frívolo, títere de los poderes fácticos, a los que no se atrevería a tocar y resultó ser mucho más reconciliador y eficaz de lo que se esperaba. Pero ¿qué tanto durará esta transformación? Y ¿qué tan reales son sus intenciones de solucionar el trasfondo de los problemas que aquejan a México? Hasta el momento, nada de lo planteado se ha concretizado. Cierto, ha transformado el discurso de violencia por uno de unidad y certidumbre. Al mismo tiempo ha hablado de reformas para modernizar al país y mejorar la educación. Pero todo ello sigue siendo meramente discursivo. El poder de las bandas criminales en los hechos continúa y el número de muertes ligadas a la violencia criminal no es muy distinto a las del sexenio pasado. La historia nos ha enseñado a ser escépticos, lo simbólico es importante, pero no suficiente. Hasta el momento lo único que EPN ha erradicado es la parsimonia que caracterizó a los gobiernos panistas.
EPN tiene frente a él un dilema. Ya ha agotado los recursos simbólicos, ahora tendrá que decidirse entre actuar o simular. Todo lo propuesto hasta ahora sólo alimentará el vacío si no ejecuta las acciones necesarias para iniciar una verdadera transformación del país. Muchos han advertido sobre un triunfalismo demasiado anticipado. Carlos Salinas de Gortari comenzó su sexenio de manera similar y acabó siendo una farsa. Ofreció un discurso optimista de modernización y apertura, programas para erradicar la pobreza y el encarcelamiento de líderes sindicales, al final todo fue una simulación y el país desaprovechó un sexenio. Los paralelismos no tienen que convertirse en condena, EPN tiene la oportunidad de no repetir la historia.
Si se decide por una verdadera transformación, entonces el caso de Elba Esther tendría que ser el primero en una limpieza a fondo del sistema político mexicano que no solo incluya a los líderes sindicales corruptos, sino a gobernadores saqueadores, funcionarios públicos, el duopolio televisivo, empresarios dudosos, etcétera. El asunto de fondo tendría que ser acabar con la impunidad y mejorar la calidad educativa del país. Sin embargo, es improbable que realicé algo de esta envergadura. Significaría meter a la cárcel a muchos de sus aliados y es poco probable que Peña esté dispuesto a ello.
Estos días pueden ser determinantes para EPN. Todo apunta a que el arresto de Elba Esther fue un golpe mediático. Pero EPN tiene la última palabra. Pronto sabremos el camino que seguirá. ¿Simulación o transformación? ¿Nos sorprenderá?