“Lo contrario a la inseguridad no es la seguridad, sino la convivencia”…
Esa frase se la escuché a Jorge Melguizo prácticamente desde que lo conocí, en un paseo-conversación (como le han llamado los “paisas” a la metodología de campo para explorar el territorio).
Me impactó. Había estudiado por años el tema de seguridad ciudadana y derechos humanos, había escuchado múltiples estrategias, frases de ocasión, soluciones de tinta y papel, pero nada parecido a eso.
En esa tarde paseo, junto a cuatro urbanistas catalanes, recorrimos algunos de los barrios más conflictivos de Medellín, que además de las barreras que ha creado el narcotráfico en esos territorios, siguen teniendo otras tan evidentes como la pobreza.
Pero lo que más me preguntaba durante el trayecto es cómo le habían hecho para generar esas otras experiencias de intervención urbana como los Parques Biblioteca, que también son majestuosamente visibles, además de una expresión urbana tangible de políticas públicas educativas para la ciudad.
Jorge Melguizo, para poner en contexto a sus visitantes, enfatiza lo que nuestros ojos están viendo: “no es Suiza, es Medellín”. Una de las ciudades latinoamericanas que a pesar de que sigue enfrentándose a los saldos diarios de sus problemas sociales, se encuentra compitiendo con Tel Aviv y Nueva York como la ciudad más innovadora del mundo.
¿Por qué?, bueno, un grupo de ciudadanos en el gobierno comprendió que la seguridad pública no es un concepto abstracto que reduce todo a policías y ladrones, buenos y malos, autoridades y ciudadanía.
La seguridad se entendió, entonces, como el diseño de políticas públicas para la vida con una visión integral.
Por eso se dejó de abordar con las fórmulas de antaño, para dar paso a estos proyectos urbanos de escala humana que tuvieran incidencia directa en el comportamiento de las personas.
Estas experiencias sociales dieron cabida a diversas reflexiones que llegaron hasta Monterrey.
No ha sido casualidad los pequeños pasos que algunos grupos de la sociedad civil, empresarios y gobiernos locales, han comenzado a dar al respecto.
Es loable que por primera vez la sociedad regiomontana deje de mirar hacia el norte y comience a emprender un intercambio de conocimientos con el resto de América Latina.
No obstante, ahora hay dos puntos que me inquietan.
El primero, es que con el frenesí de entregar resultados, a veces no se dan el tiempo de crear los puntos nodales para este tipo de experiencias transformadoras en un contexto propio.
El segundo, es que no se están comprendiendo dos de los ingredientes principales de estos proyectos: buen gobierno y participación social.
Mientras no se entienda que sin estos dos elementos es prácticamente imposible trabajar, estaremos haciendo que los esfuerzos se concentren en “placebos sociales”, o dé la percepción que en realidad no se están haciendo cambios profundos, sino que solamente se esté dando la fotografía para la publicidad mediática y así no se cumplen objetivos precisos.
De tal manera, que una nueva manera de ver la seguridad es encontrando en este concepto otros más que son sinónimo de acciones que detonan la convivencia, generan espacios para la reconciliación, crean proyectos de escala humana con una vocación social, cultural y sustentable, acompañados de políticas públicas educativas y de un buen gobierno que sepa administrar los recursos.
Por eso mismo, debemos insistirle a los gobiernos locales que abran los espacios para la participación ciudadana y que nos demuestren con transparencia y rendición de cuentas que cada peso que se invierte en esta visión aprendida en Medellín están siendo utilizados para los proyectos.
Y nosotros, como ciudadanía, tenemos que tener en un pacto social de corresponsabilidad, darle seguimiento a éstos, aportar con ideas, colaborar en las acciones. Que también Medellín me ha dado otra gran lección: solos no vamos a ningún lado.
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