Mr. Trump:
Nueva York, tres de la tarde. Estoy sofocada de tanta gente en el aeropuerto y creo que con esta columna llego tarde a la conversación mediática. Pero…
Casi 20 años de estar separadas justo cuando el magnate dijo lo que ya todos sabemos que dijo, me reencuentro con ellas: mis tías. Así como usted escribe cartas, yo escribo ésta. Nada más para que entendamos otro punto de vista.
Indira KempisNueva York, tres de la tarde. Estoy sofocada de tanta gente en el aeropuerto y creo que con esta columna llego tarde a la conversación mediática. Pero…
Casi 20 años de estar separadas justo cuando el magnate dijo lo que ya todos sabemos que dijo, me reencuentro con ellas: mis tías. Así como usted escribe cartas, yo escribo ésta. Nada más para que entendamos otro punto de vista.
“She is crying” (ella está llorando), dice en inglés uno de mis primos y su mamá le explica por qué… Es el encuentro que tiene un sabor dulce-amargo de haberlo imaginado, pero vivir con la incertidumbre de saber si sucedería.
Pero como si el tiempo se hubiera detenido ese día, en el que mis tías se fueron a cruzar la frontera sin papeles, se detuviera, ahora podemos volver a vernos.
Donald Trump, usted no sabe lo que es esperar esa oportunidad para cada familia que tiene un inmigrante indocumentado.
Lo que se rompe no es el muro que usted quiere construir a fuerza de cemento y varilla. Lo que se hace pedazos es esa frontera invisible que deja atrás la cultura, el lenguaje, la familia. Nada vuelve a hacer igual después de que alguien atraviesa su país como “mojado”.
¿Podríamos ponernos en el lugar de miles de inmigrantes que dejan su casa para llegar a un país donde ni siquiera conocen su idioma?
Con millones de dólares en una cuenta bancaria es altamente probable que jamás sepa de esa necesidad, que literalmente para algunos sale del estómago de irse cuando no se tiene más opción que mendigar una vida digna que también pagamos, pero que se desvanece entre las manos de unas cuentas familias en cada país de América Latina.
Pero Darwin tenía razón cuando afirmó que la humanidad estará en búsqueda de su supervivencia.
Y, lo que tenemos ahora, no son mexicanos criminales, violadores y narcotraficantes salidos de la “nada”.
Sí, nosotros los creamos solapando un Estado incapaz de resolver problemas públicos, con corrupción e impunidad
Pero, sobre todo, con esta desigualdad que nos está “matando” en algunas de nuestras comunidades más vulnerables.
Porque incluso la sociedad civil que nació apenas hace algunas décadas sigue rezagada en asistencialismos. Y si hablamos del sector privado, bueno, su doble moral es la mayor evidencia de por qué estamos como estamos.
Comprenderá, Mr. Trump, que la “automotivación” aquí no funciona cuando las circunstancias son adversas. No es justificación. Son argumentos.
Sólo quien vive en carne propia esas ganas de “huir” sabe que a donde llega se convierte en el “ni de aquí ni de allá”. Que no es bienvenido. Y, eso, ante la crisis de discriminación y racismo que estamos viviendo en el mundo, no es alentador.
A pesar de eso, ahí están Alejandro González Iñarritú, Jorge Ramos, José Hernández, entre otros mexicanos que demuestran no sólo la supervivencia del autoexilio, sino toda la creatividad, inteligencia y habilidades para evitar a toda costa ser presa de tal corrupción, impunidad y desigualdad.
El otro lado de la moneda, en el que algunos tratamos de entender el porqué de su discurso discriminatorio, es la realidad.
Hoy, Estados Unidos no tiene su “american dream” ochentero ni México es la “esperanza de la economía mundial” que nos prometen cada seis años. Así, qué le hacemos, Mr. Trump, si la idea seductora de trabajar mucho para ganar poco y conformarnos se está desvaneciendo en el mundo, y no sólo por la economía, también por la contaminación, entre otros problemas que no hemos resuelto (me incluyo).
Ése es el juego bajo el contexto de la migración. En donde todos perdemos si no consideramos estas historias en lo micro y las relacionamos con lo macro. Porque no es exclusiva de México. Incluso de Estados Unidos mismo.
Levantando muros de odio (que son peores que las fronteras a punta de visa y pasaporte) no lograremos la supervivencia que estamos desesperadamente buscando.
El “american dream” no regresa así. Es más, no va a regresar. Es tiempo de reinventarnos global y localmente. Y, créame, esas palabras en su discurso no van a impedir ni lo primero ni esto último.