El regreso de Napoleón Gómez Urrutia, hijo del mítico líder sindical de mineros, Napoleón Gómez Sada, a la vida pública nacional confirma el cambio de paradigma al que está dispuesto a apostarle el líder de Morena.
Más allá de sí se pasaron de listos con las listas de plurinominales, los partidos políticos- al menos los que lideran las preferencias electorales- se han dado cuenta de que el salto cualitativo al que muy probablemente se enfrente México después del primero de julio conllevará muchos retos y obstáculos. Porque no basta la retórica, ni el cambio de actores. Es más, no bastarán las primeras acciones de gobierno de quién llegue a Los Pinos- que seguramente serán dramáticos y dignos de televisar- porque al nuevo entramado político habrá que encontrarle forma y fondo, ya que al final del día la mentada gobernabilidad no estará concentrada- supuestamente- en un presidencialismo estoico.
Por eso, resulta por demás interesante ver de que manera quedará conformado el congreso y sobre todo de que forma cambiaran las reglas del juego nacional.
Cuando uno se pregunta, ¿qué habrá pensado López Obrador, al fichar a “Napito” para una senaduría plurinominal? Existen muchas incógnitas, pero sí algo es seguro es que no fue por bonachón.
La estrategia territorial y sectorial de AMLO apunta a que sí bien va detrás de los votos, también ya empieza a planear movimientos estratégicos en el congreso, en los Estados y en el statu quo del empresariado mexicano.
Gómez Urrutia, de regresar no sólo será senador, si no que se confirmará como líder único del sindicato de mineros. Y todas aquellas empresas que se vieron beneficiadas con su autoexilio en Canadá tendrán que jugar con las reglas de un López Obrador presidente o un López Obrador que al menos habrá dejado- antes de “irse a la chingada”- cómo legado a una mayoría en el congreso.
Empresas como Grupo México, Grupo Peñoles, Grupo Acerero del Norte y Villacero entre otros, tendrán de golpe, que encontrar la manera de navegar por un turbulento océano político y una administración (sea la que sea) un tanto impredecible.
No es poca cosa considerando que el sector minero-metalúrgico constituye el cuatro por ciento del PIB nacional, unos mil trescientos millones de dólares.
Por otro lado, esta sectorización también lleva chanfle político. Los históricamente conservadores estados del norte, que también son históricamente los mayores productores mineros, encontrarán la influencia de un sindicato ahora afiliado de facto a Morena. Estados como Coahuila, Zacatecas, Sonora, Chihuahua y Durango ahora contarán con fuertes aliados tanto de Morena como de “Napo” en el senado. Eso sin contar, a Nuevo León, en donde sería el mismo Gómez Urrutia quién haga cimbrar los suelos políticos-empresariales.
La CTM de Don Fidel Velásquez ya no existe, el sindicato petrolero de “La Quina” tampoco (afortunadamente), pero existe una entidad abstracta a manera de pensión millonaria. Y hoy ciertamente el sindicato minero no es lo que era con Don Napoleón Gómez Sada.
Por eso hay que preguntarse, si el regreso de Napoleón tendrá un efecto renacentista y sentará las bases para un nuevo sindicalismo o corporativismo. Y si sí, ¿cargará con los demonios del pasado? O si será como le pasó al otro Napoleón- Bonaparte- que regresó de su exilio en Elba, a luchar una batalla que tenía que ganar, solamente para perderla y confirmar que su imperio estaba perdido. Al tiempo.