Esta semana las manifestaciones sociales ante la indignación por la desa-parición forzada de los 43 jóvenes de Ayotzinapa nos llenaron de reflexiones, varias sobre el país en el que vivimos.
Pero es que, lamentablemente, no sobra decir que no es algo nuevo.
De hecho, a este caso se suman los miles de desaparecidos que dejó la guerra contra el narcotráfico durante los últimos años, como los casos que no son, ni aislados ni fortuitos, en donde se evidencia la impunidad que, para variar, hemos asumido como costumbre.
En el desayuno del domingo escuché una de las frases que podría recordar cada día de éstos: “Tal parece que la factibilidad del Estado de Derecho es una AK-47”.
Pero sabes qué es lo peor… Hay algo que mata la esperanza cotidiana y no está en ese Estado de Derecho, ni en las estrategias, ni en el sinfín de pronunciamientos y cartulinas que traducen los enojos, la impotencia y la tristeza que provoca la impunidad.
Ese algo se encuentra en una sociedad que a la hora de llegar a casa se paraliza ante lo que parece una tarea gigantesca.
Porque en el tema de la impunidad no sólo están involucradas las instituciones y autoridades del sistema de justicia, sino nosotros mismos.
Tampoco se trata del clásico discurso romántico de “romper el silencio”, porque los hechos están hablando más que las palabras, sino de hacer una profunda “traducción” de esa indignación en acciones que promuevan la cultura de la justicia.
Ganas no faltan de querer ir a buscar de propia mano a los responsables, sobran motivos para pensar en falsos culpables, inquieta que nuestra determinación sea tan simple como para repartir culpas, pero no para exigir investigación que en esa palabra, tan devaluada, existen las probables respuestas.
Algo estamos haciendo mal que el único logro, tal parece, son las miles de fotos en las redes sociales con los “ríos” de personas en las calles. Y, ¿después? ¿Qué pasa después?…
No hace mucho vi la película de Luis Estrada: “La dictadura perfecta”, y claro que me reí de nosotros mismos… Pero de nuevo esa pregunta que taladra: y, ¿después?…
Cuando uno se levanta de la silla o regresas a la vida cotidiana y pasan tres semanas… Cuando a la cuarta semana deja de ser un tema importante en la agenda mediática y reactiva de la ciudadanía… Sí, ese después.
Todos los problemas que nos aquejan no son más un país sin maquillaje, expresión misma de lo que nosotros hemos construido, si es que “construir” es el verbo adecuado.
Por eso mismo, en este momento, si algo es importante recobrar, es hacer ejercicio del poder que la Constitución confiere, pero para proponer, generar ideas nuevas, ser cooperador en los temas de lo público, romper paradigmas propios y con los propios, los ajenos.
Se vale estar azorados por algo que ha pasado no sólo en México, sino en el mundo casi de manera sistemática.
No es casualidad que la Premio Nobel de la Paz de este año sea una adolescente a la que quisieron matar por ir a la escuela. Te imaginas. Es sencillo y tan complejo de entender a la vez: por ir a la escuela. Malala, a partir de ahí, está trabajando fuertemente por el derecho de la infancia y juventud a la educación.
Tendríamos que sacar más los “cómo” que los “qué”, para entonces darle “la vuelta a la tortilla”, para dejar de torturarnos a diario con que todos son culpables, menos nosotros.
Con esa cuestión de que los demás son los que nos tienen así, menos nosotros. Con la cantaleta que he escuchado desde que soy niña: no se puede, aquí es así, ni modo, aguántese. No. Pero hoy, más que salir a mentar la madre de alguien, lo que se requiere es de tu esfuerzo, tiempo y dinero, para transformar las cosas… Si no es así, si no encuentra la respuesta al: “Y, ¿después”?… Créeme que entonces sí hemos matado algo más valioso que el cuerpo: La esperanza.