Fue la frase que se repetía en muchas de las pancartas sostenidas por ciudadanos que se manifestaron el lunes pasado por el incremento al costo del transporte público.
A pesar de ser un movimiento abanderado por diversos colectivos de la ciudad, como Únete Pueblo, o Pueblo Bicicletero, estuvo acompañado por decenas de ciudadanos que como bien enunciaban, nuestros bolsillos están resintiendo los traslados que tenemos que hacer de manera cotidiana.
Como lo he comentado en otras columnas, soy de ese cúmulo de personas que reconocen abiertamente que dos pesos extra, son dos pesos extra por viaje que disminuye nuestras entradas de dinero para sobrevivir en la ciudad.
No creo que estemos exagerando, si hacemos cuentas, un viaje de ida y vuelta por persona resulta en 24 pesos al día, si lo multiplicamos por 7 días a la semana nos dan 168 pesos, que al mes derivan en 672 pesos. ¿Ya le pesó la cuenta?, no he terminado. Al año, suman 8 mil 64 pesos con cero centavos.
Esas son las cuentas que tuve que realizar al momento de enterarme del incremento, eso sin contar los pasajes dobles por los largos traslados o cuando tengo que pagar los de mis acompañantes.
Pero esas sumas y multiplicaciones no sólo impactan económicamente a las familias regiomontanas.
También hay un tema que deberíamos considerar y que afecta directamente la calidad de vida.
Si se supone que en muchas ciudades del mundo están haciendo estrategias, proyectos y políticas públicas para disminuir el uso excesivo del automóvil, es precisamente, porque se establecieron los contrapesos necesarios en desarrollar e implementar transporte público eficiente, cómodo y sustentable.
Esa lógica se anida en la frase que escucho cotidianamente en Monterrey: “dejaría de usar mi auto si tuviéramos un buen transporte público”… Y, ¡tienen razón! ¿Quién querría subirse a los camiones que además de caros están en deterioradas condiciones?
Porque resulta más cómodo y ahora hasta barato tener un automóvil propio, aunque sigamos instalados en el rezago ochentero de ciudades hechas para el automóvil, cuando hoy por hoy las ciudades en el mundo están comenzando a generar otras dinámicas.
Así que si seguimos con las cuentas, este tipo de incrementos estaría impactando negativamente a nuestro gasto personal o familiar, pero también a la creación de una ciudad en donde dejemos de depender excesivamente del automóvil.
Y, como decían las pancartas de los ciudadanos, no tenemos feria, ni para una cosa ni para la otra.