¡Nos ahogamos!
Las advertencias sobre la gravedad de la mala calidad del aire ahora son una realidad ya no tan lejana de las películas de ciencia ficción.
Basta con ver las imágenes de diferentes ciudades del mundo en donde la “nata” gris es lo único visible.
Lo anterior parece insignificante si pensamos en la manera tradicional que sólo contamina el aire los camiones de carga, las concreteras, las industrias.
O bien, que no nos afecta más allá de tener los ojos rojos, molestias en la garganta o toser frecuentemente.
Indira KempisLas advertencias sobre la gravedad de la mala calidad del aire ahora son una realidad ya no tan lejana de las películas de ciencia ficción.
Basta con ver las imágenes de diferentes ciudades del mundo en donde la “nata” gris es lo único visible.
Lo anterior parece insignificante si pensamos en la manera tradicional que sólo contamina el aire los camiones de carga, las concreteras, las industrias.
O bien, que no nos afecta más allá de tener los ojos rojos, molestias en la garganta o toser frecuentemente.
Sin embargo, está cada vez más demostrado que la calidad de vida de los habitantes –como su productividad- depende en gran medida de lo que respiramos.
No deberíamos acostumbrarnos a levantarnos todos los días con “alergias” sin preguntarnos cuáles son las causas.
Porque para variar, varios estudios han relacionado la contaminación del aire con algunas de las enfermedades que están siendo la principal causa de muerte.
Uno de los factores que limitan nuestra sensibilidad al tema es que el aire no se ve.
Es decir, a simple vista es fácil detectar sin ningún método científico más que la observación, la contaminación de la tierra o del agua. Pero del aire. No.
Eso quiere decir que una de las tareas arduas de los gobiernos es informar sobre la calidad.
Esto es vital para conocer cómo reaccionar ante las –cada vez más frecuentes- contingencias ambientales. No sólo eso, es su obligación.
Sin embargo, con lo que nos hemos encontrado es la ausencia de tecnología avanzada para su medición o que miden en áreas limitadas.
Que miden con aparatos fuera de los estándares internacionales –esto por las mismas normas del país-, que en el peor de los casos ni siquiera lo miden, o bien, que no tienen una presencia o estrategia mediática o educativa para socializar el conocimiento.
Todavía más importante es que los gobiernos, principalmente los estatales, conforme a esos diagnósticos deben actuar localmente en favor de disminuir los impactos negativos e incluso contrarrestar los efectos altamente nocivos de esto.
En este momento es la Ciudad de México la que más está generando el debate ante las repetitivas contingencias ambientales.
El costo no sólo lo deben las instituciones públicas de la materia, aunque son absolutamente responsables ante la Ley, nosotros podemos y debemos hacer nuestra parte ante el gran rezago que existe en el país.
Tan sólo hace días, organizaciones civiles de la capital mexicana denunciaban que las normas de salud están por debajo de los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Por esta razón –con otras que parecen lista interminable en el cuidado del medio ambiente-, junto a José Corchete, en Monterrey fundamos una organización civil llamada La Panacea.
Que esperamos contribuya a la colaboración para dejar de respirar todo, menos aire. Esa puede ser una iniciativa que se repita en otros lados.
Así que la ciudadanía también es corresponsable. Quizá no seamos los dueños de una industria contaminante, pero sí podemos hacer acciones personales como disminuir el uso del auto, por ejemplo.
O participar activamente con nuestros gobiernos con crítica, pero más con propuesta.
De la buena calidad del aire depende no la calidad de vida. La vida misma.
Si hablamos de calidad, hoy las ciudades más prósperas y desarrolladas en el mundo miden, informan y actúan para que sus habitantes puedan respirar como sinónimo de competitividad. Dejemos de “ahogarnos” sin necesidad.