En la democracia, el ánimo de los pueblos lo es todo.
Y lo es, porque en un mundo hiperinformado e hiperconectado, resulta más difícil conseguir estabilidad.
México atraviesa por uno de los momentos más inestables de su historia. Eso puede ser muy bueno y puede ser muy malo y peligroso. El miedo a lo desconocido está ya ahí caminando las calles y los caminos de todo el país. Pero también existe un miedo mayor que proviene de los intereses políticos y económicos que predominan en el país.
Ese miedo está minando una elección presidencial que tiene todas las características de ser anormal e histórica. El problema está, en que el riesgo de la inestabilidad política tiene consecuencias más complejas de las que traería que ganara Andrés Manuel López Obrador.
Condoleezza Rice, la primer mujer afroamericana en convertirse en secretaria de Estado de Estados Unidos, en coautoría con Amy Zegart describen en su más reciente libro “Political Risk”, los riesgos que conlleva la incertidumbre, inestabilidad política e inseguridad para las grandes industrias y negocios de un país. El impacto económico que tendría una ruptura sistemática entre el Estado- no el gobierno- y sus principales fuerzas económicas sería más profundo de lo que al parecer algunos empresarios mexicanos.
Sin embargo, la politización de un sector vital para el país como lo es el empresarial obliga a la reflexión.
Sobre todo obliga, por el bien del país, al dialogo y al debate de las ideas. Por que si cada una de las partes solamente se “monta en su macho”, será un resultado de suma cero. No me cabe duda de que existen empresarios mexicanos que están más ocupados en la planeación y mitigación de riesgo para cualquiera de los escenarios políticos que puedan darse el primero de julio. A estos, que son una generación no necesariamente nueva, pero si palpando los mercados y negocios del futuro hay que hacerles caso.
Aunado a eso, el clima de inseguridad que vive el país solamente empeora las cosas. Afganistán, Somalia, Níger y Sudan; algunos de los países más corruptos y con índices altísimos de violencia política, están hoy por hoy en la misma liga que México. No podemos tener a un país en el que políticos son asesinados, estudiantes son disueltos en ácido, periodistas desaparecidos y alguno que otro periodista irresponsable, como Ricardo Alemán se le ocurre incitar a la violencia. Eso ya no sé si sea irresponsabilidad, negligencia o simplemente falta de materia gris.
Y no se trata de partidos o posturas políticas, se trata del “big picture”. México no podrá soportar una ruptura estructural del sistema que tenga como producto una crisis económica o social. Tanto los candidatos cómo las fuerzas políticas, los sectores económicos y sociales -incluyendo a los medios de comunicación- tienen la responsabilidad de cuidar el cauce nacional.
Un clima así de caliente, con un ánimo así de enardecido es el coctel perfecto para la desestabilización nacional.
Esto es exactamente lo que Estados Unidos, Brasil, Rusia y Venezuela –que en el corto plazo les conviene y en el largo no- buscan por muy diferentes razones. Sobre todo en un proceso estratégico de renegociación del Tratado de Libre Comercio más grande el mundo.
Es cierto que es una prueba para López Obrador, es cierto que una parte de los empresarios lo quieren desenmascarar. Pero también es cierto, que mientras esta lucha de egos e intereses consume la campaña, el riesgo de una implosión nacional se vuelve más alto. Al tiempo.