El inicio del final de la administración de Peña Nieto ya comenzó y con ello arranca la verdadera transición política. Una que de verdad debe estar marcada por un pacto nacional que garantice la sostenibilidad de las políticas públicas que sí funcionan. La marca insignia de la preocupación de los actores políticos y económicos nacionales y extranjeros, es la renegociación del TLCAN.
Sin embargo, no es casualidad el desfile de secretarios de Estado estadounidenses en los últimos meses y los que faltan por venir. La- por el momento- tormentosa relación bilateral con Estados Unidos es más grande que Donald Trump, que Peña Nieto y quien sea que llegue a Los Pinos en 2018. Por ello, que desde migración y seguridad hasta la tan añorada, infame y debatida reforma energética los esfuerzos diplomáticos individuales pero con visión colectiva no cesan; el interés empresarial, gubernamental e internacional son las fuerzas que los promueven.
La semana pasada le tocó al aparentemente eterno secretario de gobernación, Osorio Chong, un estire y afloje con su contra parte, el secretario de seguridad interior John Kelly, con una de las agendas más complejas. Ahora es el turno de otro secretario, bien no eterno pero con otra de las agendas que más preocupan a ambos países, un funcionario que tiene como papel una semblanza al personaje creado por Fran Striker en 1933 y personificado por el actor Clayton Moore; “Llanero solitario”.
Y es que, el sector energético en México ha sido durante los últimos dos sexenios, y especialmente en este una arena minada por la poca transparencia, el escrutinio sociopolítico y la corrupción. Por ello, que a los llanos minados del sector Peña Nieto mandó a patrullar a un hombre con experiencia, cintura política y a vista de muchos uno de los más confiables del gabinete, Pedro Joaquín Coldwell.
Ahora a la voz y cabeza de los consejos de administración de Pemex y CFE; y overwatch de CNH y la CRE; le toca ahora entrarle al ruedo diplomático con otro vaquero; el ex gobernador de Texas más longevo (15 años) James Richard Perry, elegido por Trump para dirigir el Departamento de Energía de Estados Unidos. Que más allá de adorar el tequila Don Julio por uno de sus más cercanas amistades, viene a asegurar.
Lo que esta de por medio hoy en los encuentros que tendrán entre homólogos, con el canciller Videgaray y con Peña Nieto no es cosa menor. Por que la reforma energética que tanto costo político tuvo y que tanto beneficia a nuestros vecinos del norte, esta en peligro- a ojos de los estadounidenses. Proyectos como los ductos transfronterizos, la aplicación de los contratos licitados en las rondas son materia de escepticismo. A eso hay que sumarle, que se prevé una caída histórica en la producción de crudo a menos de 2 millones de barriles diarios en México.
El nerviosismo recae en la incertidumbre política de México hacia el 2018, la renegociación del TLC y la sostenibilidad de las políticas aprobadas durante este sexenio. En torno al TLC, ya no es secreto que México acordó con EU la fecha del 15 de diciembre para finalizar las negociaciones, dando así tiempo para que puedan aprobarse los términos en ambos congresos antes de que el tsunami electoral afecte las posturas.
Por ello, que uno de los puntos finos de la visita de Perry al país será la reunión trilateral en noviembre en donde se prevé se cierren los términos en materia de transportación de energéticos, pieza clave tanto en la reforma como la renegociación del tratado comercial.
Puesto en perspectiva, la locura de Trump no debe ser subestimada, pero conforme la presión mediática concentrada en el Rusiagate persista, lo lógico sería que los poderes de facto estadounidense protejan sus intereses utilizando a los funcionarios elegidos para administrar el gobierno. México y Estados Unidos tienen mucho que ganar y que perder. Por eso, a contra reloj, el reto esta en generar unas bases de certidumbre bilateral que sean inmunes al contexto político de ambos países. Al tiempo.