¡Protesto!

Siete mil manifestantes en la Macroplaza son un indicador sorpresa en Monterrey, una zona metropolitana que se caracteriza por sus escasas protestas.

El Estado de Nuevo León, ahora famoso por la frase de su gobernador: “a jalar que se ocupa”, es reflejo de su propia idiosincrasia donde es mal visto o socialmente denigrante salir a la calle como expresión del desacuerdo colectivo. Porque el “jale es primero”.

Impresionantes las fotografías que mostraban el “río” de personas con pancartas y las diversas consignas en contra de la Reforma Educativa.

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Siete mil manifestantes en la Macroplaza son un indicador sorpresa en Monterrey, una zona metropolitana que se caracteriza por sus escasas protestas.

El Estado de Nuevo León, ahora famoso por la frase de su gobernador: “a jalar que se ocupa”, es reflejo de su propia idiosincrasia donde es mal visto o socialmente denigrante salir a la calle como expresión del desacuerdo colectivo. Porque el “jale es primero”.

Impresionantes las fotografías que mostraban el “río” de personas con pancartas y las diversas consignas en contra de la Reforma Educativa.

No todos fueron maestros, no es un problema local (que, normalmente, son o eran a los que más afluía la convocatoria), quizá no a todos les queda claro de qué se trata la inconformidad. Sin embargo, ahí estaban en un frente común.

La misma escena se repite en diversas partes del país, ¿qué es lo que está pasando que parece que la sociedad mexicana empieza a movilizarse a la menor provocación?

No hace mucho, los empresarios también se congregaron en el Ángel de la Independencia. Increíble en mis años de vida ver esa imagen. Todavía cuando la traigo a la mente al atril, los hombres de traje, los relojes de marca y estaban ahí como si fueran los que exigen justicia por los desaparecidos, los que defienden la tierra paseándose desnudos en las calles de la Ciudad de México o los que marchan por la paz del país.

Si los pusiéramos todos en la misma foto… Inimaginable en otros tiempos. 

“Estamos hasta la madre”, decía Javier Sicilia hace años ante el asesinato violento de su hijo. “Si no pueden, renuncien”, afirmaba con coraje Alejandro Martí.

El delirio mexicano en donde ya no importa la clase social, el nivel educativo, las actividades… El “¡protesto!” como quien ya no puede más se ha convertido en el unísono grito de desesperación ante nuestra crisis.

¿Sirve de algo? Qué difícil contestar esa pregunta. Personalmente, he sido “protestante” de cuantos problemas me han indignado.

He tenido mi momento, sobre todo al principio, de creer que era la única forma de “rebelarse”. Después, ha venido el desencanto. De también ver cómo hay quienes abusan de ese derecho constitucional y entran a juegos de chantaje por el poder.

O de cómo algunos piensan que, efectivamente, es lo único que se puede hacer para cambiar. Esas dos caras de la moneda me han enseñado a seguir confiando en el camino largo que representa la democracia como para seguir protestando, pero también a desconfiar en el activismo que se clava en excesos de poder que en lugar de proponer cambios, los obstaculizan.

Pero sí me queda claro que en un país donde corre la sangre hay que alzar la voz. Detener velozmente las balas que atentan contra la vida de otros y hacer que se respete el Estado de Derecho. No es posible quedarse inválidos ante las atrocidades.

Lo que despertaron los maestros fue de nuevo un coraje cívico que se acumula en diferentes posturas porque, simplemente, el hartazgo acumulado tiene que caminar sobre sus propios cauces.

Hoy, más que estar a favor o en contra de los maestros, es urgente reflexionar por qué está pasando lo que está pasando.

No es gratuito ni fortuito que diferentes sectores de la sociedad estemos en el descontento. Tanto para pensar que si sirve o no una protesta ya es lo de menos. Porque esto del “¡protesto!” crece como la espuma.

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