¿Regresó la inseguridad al norte?
Si algo me ha enseñado el trabajo que realizo, es que las violencias y la inseguridad derivada por el crimen organizado y sus cómplices es todo, menos una “gripa” que se puede estabilizar con dosis de “aspirinas”.
Lo comparo porque tal parece que socialmente nos hemos acostumbrado a ver estos problemas sociales como si fuera un vaivén de sucesos interminables, por los cuales nos podemos sorprender únicamente cuando tienen sus momentos más álgidos.
Indira KempisSi algo me ha enseñado el trabajo que realizo, es que las violencias y la inseguridad derivada por el crimen organizado y sus cómplices es todo, menos una “gripa” que se puede estabilizar con dosis de “aspirinas”.
Lo comparo porque tal parece que socialmente nos hemos acostumbrado a ver estos problemas sociales como si fuera un vaivén de sucesos interminables, por los cuales nos podemos sorprender únicamente cuando tienen sus momentos más álgidos.
Lo escribo por lo que hemos sabido en estos días sobre la grave situación por la que está pasando el vecino estado de Tamaulipas y que no es nuevo.
Que el miedo, las extorsiones y los corruptos hagan el silencio más grande no quiere decir que una guerra termine.
No es una percepción personal de lo desconocido, así lo han repetido hasta el cansancio las víctimas, sus familiares, los defensores de derechos humanos y los organismos internacionales.
Pero tal parece que nuestra capacidad de entender los largos plazos es limitada.
Y más bien los gobiernos con su ciudadanía respondemos, con la memoria muy corta, en donde hay efectos nocivos y luego nos olvidamos de que esto existe sin asegurarnos de que los trabajos de prevención social de las violencias, como el de la protección a las poblaciones vulnerables y el acceso al sistema de justicia, realmente funcionen como nos corresponde por derecho.
Más bien, nos olvidamos de lo sucedido una vez que parece que las cosas “se calman”.
Ayer conversaba con un habitante de Reynosa, Tamaulipas, que me contactó por redes sociales para reflexionar conmigo sobre esta situación riesgosa y que al mismo tiempo plantea las preguntas que comienzan a hacerse constantes en las zonas más inseguras de México: ¿Cómo se activa una ciudadanía que trabaje para la paz en esas condiciones?, ¿cómo “romper” el silencio?, ¿cómo exigir a las autoridades una real, profesional y seria resolución de este problema público?
Es ahí donde los ciudadanos más activos se dan cuenta que esto no es, ni deberíamos permitirnos verlo así, como esa “enfermedad” pasajera que no dejará secuela alguna, o que puede taparse con campañas publicitarias.
Hace días también leía a mi profesor Antanas Mockus sobre cómo ha cambiado su visión de la paz y ha entendido que hacer algo por ella es incómodo cuando el país está en guerra.
La tarea es titánica.
Es importante que nos plantemos en esta realidad para no ir tapando sus parches con marchas a las que ya nadie hace caso, con anuncios de programas locales o federales que no cuentan con recursos, ni tienen a funcionarios comprometidos con esos servicios, con promesas políticas de campaña siempre incumplidas, o con leyes que nadie tiene idea cómo aplicar.
Eso requiere una gran valentía de la sociedad que ha creado y solapado a sus propias violencias.
Porque es aceptar que los “mejoralitos” son insuficientes, que es un reto colectivo y no exclusivo de los ciudadanos más activos o los gobiernos, y que es a estos últimos a quienes les tenemos que exigir, aún más, cuentas por lo que se convierte en una cotidianidad pero también por lo que están dispuestos a hacer para que la ola de violencias disminuya.
Desde hace cinco años me queda claro que vivir en el norte de México se ha vuelto una moneda al aire, de la cual no sabes si vas a salir bien librado.
No es digno ni justo que vivamos así: contando muertos, encerrándonos por las balaceras, conociendo casos de desaparecidos de manera forzada.
Esta situación deteriora nuestra capacidad de resistencia, paciencia y ánimo de que las cosas puedan mejorar.
Porque no, la inseguridad no ha regresado, en el fondo quienes habitamos aquí sabemos que nunca se fueron, ¿quiénes?, pues los delincuentes, los corruptos y todos sus cómplices.