Haces el alto y el vehículo color vino que está a tu lado lo maneja una señora de blusa blanca y chaleco de estambre que quizás reunió miles de víveres para los afectados del municipio Jojutla, en Morelos.
A unos metros de ahí, el joven de pantalón color café y una camisa gris lleva el celular en su oreja izquierda, es probable que él dejó de ir al trabajo por atender a personas que a media calle eran presas del pánico el 19 de septiembre de 2017.
Aquel cuarentón con finta de “Godín” llevó en su bicicleta tortas y agua por las calles de la colonia Roma.
La chica de traje sastre pospuso el tinte de pelo para depositar en una cuenta confiable que terminó siendo de ayuda para la compra de las sierras que cortaron concreto.
Por el parque camina un hombre de pelo totalmente blanco y carga unas carpetas pegadas a la cintura, él a lo mejor ayudó en las labores de rescate de un edificio en una de tantas colonias afectadas.
El repartidor de botellones de agua que lleva arnés para proteger su espalda probablemente cargó escombro durante días sin preguntarse siquiera por qué lo hacía.
En el vagón del Metro va el joven regordete de lentes de pasta que en lugar de quedarse dormido aprovechó la suspensión de clases de su escuela para hacer cadena humana y que un camión de tres toneladas de ayuda se fuera a Puebla.
El hombre aquel al que le acaban de ceder el asiento en el camión acarreó despensas y el taxista platicador se metió al departamento del piso 2 -tenía las paredes resquebrajadas- para sacar la mascota de una niña.
La señora con delantal que hace el aseo y cuida a los niños de los extranjeros de la casa de junto corrió para tranquilizar a la vecina embarazada.
El periodista ese durmió lo menos posible para poder detectar más sitios donde la ayuda no llegaba.
Esa muchacha bajita de piel tostada que empuja el carrito del supermercado es un elemento del Ejército que pasó días sin dormir en un sitio alejado de casa, protegiendo a los que se quedaron sin nada.
Nadie puede saberlo.
Ninguno podrá asegurar que frente a nosotros no está uno de esos miles de desinteresados rescatistas que se convirtieron en héroes y que guardan en secreto la dicha de haber salvado vidas o ayudado a los desconocidos ciudadanos que hacen la nación.
Por las calles habrá que tener más respeto.
Y es que recuérdelo: fueron muchísimos.
Quizás el mesero que se lleva la cuenta no sucumbió al cansancio y dolor hasta romper la loza de concreto que ensordecía los gritos de alguien que hoy besa a sus hijos.
El cobrador de la caseta a Cuernavaca se organizó con los vecinos y en lugar del futbol sabatino se fueron al Multifamiliar Tlalpan.
No podemos saberlo.
Estarán frente a nosotros y por siempre será un misterio. La caridad no es vanidad.
Por eso tendremos que ser más respetuosos.
Y la clase dirigente tendrá que ser más respetuosa. No tiene otra opción. Éste es otro México, no al que estaban acostumbrados.
P.D: Esto fue escrito mientras se escuchaba Easy con The Commodores.