Dicha puerta se abre cada 25 años o en una ocasión especial como, sin duda, debe ser la presente. Por lo que el altísimo prelado, a través de un decreto cardenalicio, decidió festejar tan fausto motivo concediendo la “indulgencia plenaria”, el perdón total de los pecados y el consuelo para sus penas, a quien cruce por el citado umbral, en el entendido de que el penitente debe cumplir con las siguientes reglas para obtener la gracia divina:
A) Ingresar por la portada central, no por la de la izquierda ni por la derecha.
B) Cruzar el dintel no antes del 15 de agosto ni después del 28 de noviembre, para lograr la exoneración de Dios antes de que éste llame a cuentas al infiel, quien, dado el caso, podría reducir el tiempo de purga de la condena en el purgatorio.
C) Entrar por la “Puerta Jubilar” antes de la confesión, comulgar ese mismo día, orar por las intenciones del Papa, rezar un Padre Nuestro, una Ave María y una Gloria.
D) Se puede solicitar la gracia para el fiel o para un familiar que se encuentre en el purgatorio.
La presente columna constituye una clara invitación a los traficantes de drogas, a los narcos, a los envenenadores de la infancia mexicana, a los asesinos, a cualquier prófugo de la justicia, los pocos que existen, a los criminales de la peor ralea, a los pederastas, a los violadores, a los asaltantes, a los atracadores y bandidos, a los mutiladores de dedos de niños secuestrados, a los integrantes de las bandas de hampones, para que viajen a la capital de la República y crucen la “puerta santa” de la Catedral Metropolitana con una amplia sonrisa antes del 28 de noviembre con el objetivo de dejar su alma libre de culpa y logren, después de cumplir con las reglas antes citadas, su acceso directo al cielo sin practicar ninguna escala incómoda en el purgatorio.
Si los pecadores o delincuentes analizan la invitación y evalúan el esfuerzo a realizar, es evidente que confesarse, comulgar, orar y claro, no faltaba, dejar unos buenos pesos en la urnas catedralicias, no significa, en modo alguno, realizar un esfuerzo faraónico a cambio de obtener el perdón eterno otorgado por Dios, el ingreso incuestionable al paraíso, además de solicitar una reducción de la pena para los colegas que ya se encuentren en el purgatorio sufriendo castigos como el de convivir al lado del “padre” Maciel.
Dado que la incomparable oferta del cardenal es de caducidad casi inmediata, deber ser aceptada sin chistar por cualquier tipo de transgresor comenzando por el propio prelado, quien ni cruzando una y mil veces la “Puerta del Perdón” lograría su ingreso en el paraíso por el solo hecho de conceder la “indulgencia plenaria”, un horror, a lo más execrable, asqueroso, detestable y pernicioso de la sociedad mexicana.
De la misma manera en que Jesús largó del templo a los fariseos llamándolos “raza de víboras”, sacaría a tirones de su ostentosa cruz pectoral de oro y piedras preciosas, a este “presunto” pontífice que insiste en acabar de destruir los restos de nuestra estructura ética.