Tras meses de negociaciones y sutiles amenazas, Estados Unidos parece haber perdido una importante batalla.
En días pasados, Alemania, Francia y otros de sus aliados clave decidieron darle una oportunidad a los chinos, uniéndose como miembros fundadores del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en ingles). A estas alturas, la mejor apuesta, no sólo de Estados Unidos sino del mundo, es seguirles la corriente.
Como bien dice el dicho anglosajón, “si no puedes ganarles, únete”.
El AIIB, que iniciará con un fondo relativamente pequeño en comparación con el del Banco Mundial, parece ser el inicio de lo que Beijing quisiera fuese un sistema financiero mundial centrado en Asia. En sus ojos, y francamente con razón, las instituciones del sistema Bretton Woods no han acogido en suficiente medida a las nuevas potencias económicas.
Todo esto parece un simple juego entre dos potencias mundiales que nosotros, los países emergentes, podemos aprovechar. Los primeros países en inscribirse asumen que encontrarán aliados menos críticos y burocráticos en el AIIB que en el Banco Mundial.
Considerando sus necesidades en infraestructura, y la apática actitud hacia el financiamiento del Banco Mundial por parte de Estados Unidos, no sorprende a nadie que el número de socios emergentes rápidamente se duplicó.
La competencia en bancos de desarrollo es bienvenida, y por eso es deseable unirse al esfuerzo, pero desde una perspectiva puramente política también tiene sentido seguir la corriente.
Si el inicio de un nuevo orden financiero asiático (o básicamente chino) es diluido desde un comienzo con la participación de otros grandes como Alemania y Estados Unidos, habrá poco mercado y necesidad para otras instituciones, como lo sería otro Fondo Monetario Internacional.
En este segundo caso, es deseable que se mantenga un monopolio porque el FMI básicamente funciona como un chivo expiatorio. Cuando las reformas económicas son tan inevitables que posponerlas implicaría una catástrofe, presidentes y primeros ministros fácilmente recurren a culpar al Fondo de sus problemas.
El FMI, en aras de mantener la estabilidad política en esos países, renuentemente acepta la culpa, aunque los mismos gobernantes aseguren en privado que las reformas sean absolutamente necesarias.
¿Qué pasaría en un mundo con fondos compitiendo por prestar a países endeudados? Muy probablemente habría peores desenlaces políticos para estos países en problemas financieros temporales.
Dado lo anterior, lo lógico desde un punto de vista global es sencillo. Unirnos al esfuerzo chino en el AIIB implicaría propiciar la competencia en temas cruciales para el desarrollo, pero al mismo tiempo evitaría generar un nivel de competencia que llegue a afectar el delicado balance que juega el FMI entre ser el policía “bueno” y el “malo”.
Los estrategas en Washington parecen haber entendido el primer mensaje. Numerosos pronunciamientos en estos días del Departamento de Estado, del Tesoro y por parte del Banco Mundial, sugieren que trabajaran en conjunto, al menos en papel, con el AIIB.
Lo deseable es que la visión no se detenga ahí.
El Congreso estadounidense podría evitar un resurgimiento similar si se toman en serio las reformas y el financiamiento que los países emergentes han propuesto (desde ya hace décadas) para el FMI y otras de las instituciones del Bretton Woods.
Por lo pronto, bienvenido el AIIB.