Sin discursos de odio
Es difícil pensar antes de hablar. Las palabras viajan más rápido que la luz, esto es un hecho. Sin embargo, con esa velocidad son capaces de hacer eco y repercutir en los comportamientos propios y ajenos. Finalmente, es el lenguaje una expresión de lo que somos y lo que queremos comunicar. Por eso mismo, es […]
Indira KempisEs difícil pensar antes de hablar. Las palabras viajan más rápido que la luz, esto es un hecho. Sin embargo, con esa velocidad son capaces de hacer eco y repercutir en los comportamientos propios y ajenos. Finalmente, es el lenguaje una expresión de lo que somos y lo que queremos comunicar.
Por eso mismo, es tan difícil estar en la política. Tratar con diferentes visiones, formas de pensar, ideas, y una serie de características de las personas en sociedad no es sencillo. Además, los que nos hemos metido al arte de hacer política estamos expuestos constantemente al escrutinio público del que nadie sale nunca bien librado.
No obstante, una cosa es usar el lenguaje para algo y equivocarse y otra es que de forma deliberada estemos fomentando con lo que hablamos o escribimos conductas que no son deseables en una sociedad que necesita de una convivencia pacífica.
Ya de por sí los tiempos no están para más conflictos reales como para sumar nuestras narrativas, frases, tuits, comunicados, videos, a la guerra profunda de intereses u opiniones. Pero tal parece que personas como Donald Trump en Estados Unidos, por ejemplo, o Bolsonaro en Brasil poco cuidado tienen en esto.
Esas desconsideraciones de saberse un referente en lo público y que todo lo que decimos puede sembrar ideas, es un definitivo error. Eso no significa limitar la libertad de expresión ni la espontaneidad o la libre personalidad. Simplemente es hacerse conciencia que los discursos de odio, que fomentan la violencia o que son discriminatorios también tienen un impacto en quienes los escuchan y tienen grandes posibilidades de derivar en situaciones más adversas para quienes son víctimas de estos… Que, para variar, normalmente son grupos vulnerados como los migrantes, la comunidad LGBTTTIQ, las mujeres, etc.
Los y las legisladoras, además, tenemos la responsabilidad de hacer un trabajo legislativo con apego al Estado de Derecho y esto también es asumir un compromiso mucho más grande con la conciliación, la sana convivencia y el respeto a las leyes.
No digo que nadie pueda cometer errores, esto a veces pasa. Somos imperfectos, tenemos como cualquier persona miles de expresiones que probablemente nos hagan caer en una situación que nos ponga en evidencia.
Pero se vale reconocer que hay cosas en las que no puedes, no tienes “permiso”, no tienes “derecho” en violentar. Es anticonstitucional, es falta de respecto, no es ético, no es racional y es tratar indignamente a las personas para quienes servimos en lo público.
Por eso, celebro que haya sanciones dentro y fuera de los partidos políticos cuando nosotros no somos capaces de entender que se habla, se piensa y se legisla para hacer una sociedad mejor. No una en donde pensemos bajo las “cobijas” de la “libertad” nos otorgan el permiso de sobajar mediante las palabras. Porque ningún habitante de Nuevo León debe ser discriminado por su orientación sexual, color de piel o religión.
Saber disentir significa eso. Espero que Trump, Bolsonaro o Leal (el diputado local de Nuevo León) logren entender que por cada tuit o comentario en donde violentan a las comunidades que son diferentes a ellos, hay más gente a la que asesinan, despiden de sus trabajos, acosan digitalmente, en las calles. Esa es una carga no sólo legal, también moral aunque se afanen de tener demasiada.