Recibimos el 2015 con ansias de que en la seguridad suceda algo sorprendente, quizá como nos lo hemos repetido hasta el cansancio desde el sexenio pasado. Pero para las víctimas de la delincuencia al final del año 2014 las cosas no pintaron bien para la cena de las 12 uvas.
Porque hay quienes hicieron su “diciembre” en el marco de la impunidad que estamos viviendo.
He conocido ya varios casos de llamadas de extorsión telefónica que, lamentablemente, terminan en delitos consumados.
Y que ante el temor a represalias no son denunciados -incluso hay quienes recomiendan no hacerlo o hacerlo, pero de manera anónima-.
O bien, tampoco son reportados, ni siquiera a las compañías telefónicas, bancos, tiendas departamentales, entre otras instituciones.
Eso provoca la existencia de un delito “silencioso”, del que la mayoría conoce alguien cercano al que amedrentaron, amenazaron o secuestraron de manera psicológica a cambio de recibir transferencias bancarias, autos, muebles, aparatos.
¿Cómo funciona? Llaman a su casa apelando ser algún pariente que está en problemas; pertenecer a un cartel del narcotráfico, ofertar supuestos servicios bancarios, ganar rifas o premios falsos…
El oyente, que bajo tal opresión o seducción psicológica -las cuales ambas lo convierten en una víctima violentada-, puede entregar casi de manera inmediata lo que se está pidiendo a cambio.
¿Qué se recomienda hacer en estas situaciones? En primera instancia, colgar de inmediato. Sea verdad o mentira, debes tomar en cuenta que no se puede, sólo en caso de que realmente sea un problema.
La segunda parte es verificar la información que te están proveyendo. Hacerse preguntas como ¿tal promoción existe?, ¿quién es el primo lejano?, ¿dónde están mis familiares? Pueden ser la salida más práctica ante el delito.
No es para menos que estén sucediendo estas llamadas con mayor frecuencia, aprovechando la falta de castigo y complicidad de las autoridades, que es cada vez más evidente en el país.
Teniendo este contexto, con “la mano en la cintura” se consuman delitos que parecen hasta inocuos: “¿pero cómo no te diste cuenta?”, es la pregunta que hace parecer estúpidos a las víctimas, cuando en realidad eso no debería ocurrir bajo ninguna circunstancia.
Las autoridades, como los establecimientos privados, deberían tener protocolos de respuesta inmediata y, sin embargo, no lo tienen en la mayoría de los casos. Y, ¿cómo se podría, si prácticamente son delincuentes fantasmas? Aunque las autoridades han emitido recomendaciones, éstas sólo sirven para evitar el delito, pero no para castigarlo o para confrontarlo.
El reto de la seguridad pública en este año, lejos de lo que más ocupa a las primeras planas de los medios de comunicación, también estriba en esas cosas que ya parecen anecdotarios comunes de cualquier familia mexicana.
No debemos acostumbrarnos, ni acostumbrar a las autoridades, a la idea de que un delito de este tipo es menos grave que otros.
Igual de grave cuando las llamadas de extorsión están afectando y minando incluso la confianza de la tan nombrada cohesión social.
No, su hijo no estaba secuestrado. El secuestrado era quien tomó la llamada. Los secuestrados somos todos, mientras la impunidad exista.