Acosadas, hackeadas y extorsionadas
Cuando a mí me pasó, me sentí impotente. Pensaba constantemente en que realmente hay personas que quieren hacerte daño. Que sin “deberla ni temerla”, están dispuestos a acosarte, suplantar tu identidad en Internet o ir todavía más lejos: hackear tus cuentas para obtener información privada, amenazarte y extorsionarte.
En un mundo cuyos avances tecnológicos han creado apertura de la vida que se supone es personal y que termina siendo expuesta en los celulares de otras personas, hace que veamos el compartir información privada como algo a lo que ya estamos acostumbrados.
Indira KempisCuando a mí me pasó, me sentí impotente. Pensaba constantemente en que realmente hay personas que quieren hacerte daño. Que sin “deberla ni temerla”, están dispuestos a acosarte, suplantar tu identidad en Internet o ir todavía más lejos: hackear tus cuentas para obtener información privada, amenazarte y extorsionarte.
En un mundo cuyos avances tecnológicos han creado apertura de la vida que se supone es personal y que termina siendo expuesta en los celulares de otras personas, hace que veamos el compartir información privada como algo a lo que ya estamos acostumbrados.
Pero todavía estamos en pleno reconocimiento de los derechos y obligaciones en Internet, sobre todo en redes sociales, ante la creciente demanda de reglas y responsables por el uso negativo, indebido e incluso falso de contenidos.
De ahí que todo lo mencionado actualmente en muchos países, incluyendo el nuestro, se consideran ciberdelitos.
Entonces cuando suceden realmente tienen consecuencias en las víctimas a pesar de que no se asume que se tenga algún contacto con la realidad.
Aún con eso, ante tanto tráfico de información e ignorancia, la gran mayoría de las personas (hasta que les pasa, como es la costumbre) piensan que si sucede es porque la víctima entregó ese contenido desde el momento en que lo compartió.
Lamentablemente, en esta era de excesos digitales, pocas reglas claras y casi nulo avance institucional en la materia, se va al archivo del silencio y de “mejor ya no compartas nada”, “se van a cansar”, “le das demasiada importancia”.
Pero esa no debe ser la solución en aras de la libertad que tenemos sobre nuestra información privada que se supone debería seguir siéndolo contra todo pronóstico.
Pese a que esa actitud mantiene al margen de decisiones burocráticas importantes dentro de la Facultad de Música de la Universidad Autónoma de Nuevo León, al presentarse en ella esos delitos graves, Selena de la Rosa -una de las víctimas- explica en la página de Facebook Movimiento Estudiantil contra el Hackeo en FAMUS, lo que está pasando: “Durante por lo menos de recientes 5 años a la fecha la comunidad estudiantil de la Facultad antes mencionada ha sido víctima de manera sistemática de hackeos en cuentas personales, cambios de contraseñas en las mismas, robo de información, así como extorsiones y amenazas. Siendo violentadas principalmente compañeras mujeres a quienes se amenaza con divulgar contenido privado hurtado”.
Eso no es una nimiedad a la que la autoridad debe responder con un “¿para qué lo comparte?”, porque es algo que está amenazando a la comunidad y para lo que se supone deberíamos estar generando soluciones que pongan a las instituciones a pensar y decidir qué hacer en estos casos. Más tratándose de una universidad y a sabiendas de que esto ha sido sistemático porque hasta el momento han aparecido más testimonios de otras víctimas de una situación que no se puede tapar con un dedo.
No sólo se trata de saber la identidad de los criminales informáticos que eso sí le compete a nuestro sistema judicial, pero sí de atender con prontitud las secuelas en las víctimas que pueden tener dolorosos impactos emocionales, psicológicos y, por ende, sociales; acompañarlas en el proceso de denuncia que no es para nada sencillo, precisamente por los vacíos jurídicos, institucionales e incluso tecnológicos; y, ante todo, prevenir de esta situación informando sobre lo que significa no el riesgo de publicar una foto desnuda o tomando alcohol o “prohibida”, sino de lo que se puede hacer una vez que alguien se tomó -como delincuente que es- el derecho de robar algo que no le pertenece porque es privado.
No podemos vivir en un país donde se vulnere la poca libertad que, sobre todo las mujeres, hemos conseguido con el paso de vencer en generaciones muchos obstáculos. No podemos vivir acosadas, hackeadas, amenazadas y extorsionadas. La virtualidad es realidad desde el momento en que alguien se atreve a crear miedo, pánico, por lo que puedas hacer o decir.
No es un asunto de la víctima de algún ciberdelito. Es de todos, en tanto que hoy nadie que comparta información puede estar seguro de su destino.