Tec de Monterrey, 70 años
Hace algunos años decidí estudiar en el Tec de Monterrey. Debo reconocer que estaba huyendo de mis ideas marxistas y de la queja eterna en forma de huelgas en las universidades públicas.
Fue entonces, cuando descubrí frente a esa solicitud de beca que no tenía un peso para pagar mi carrera.
Todavía recuerdo cuando le dije a mi madre que quería estudiar en el Tec.
Indira KempisHace algunos años decidí estudiar en el Tec de Monterrey. Debo reconocer que estaba huyendo de mis ideas marxistas y de la queja eterna en forma de huelgas en las universidades públicas.
Fue entonces, cuando descubrí frente a esa solicitud de beca que no tenía un peso para pagar mi carrera.
Todavía recuerdo cuando le dije a mi madre que quería estudiar en el Tec.
Guardó silencio, se tragó las lágrimas. Primero de aceptar que su hija no sería científica como era su sueño, pero a la vez que estudiaría sin recursos en una universidad que no era reconocida por valorar el humanismo ni la generación de conocimiento.
Pero, además, porque descubriría ahí lo que no “sabía” hasta ese momento: que era pobre.
Los primeros años en el Tec me sirvieron para entender otros mundos, para fascinarme con la historia de los viajes al extranjero de mis compañeros, con los programas de televisión gringa que no había visto antes, con lo preparados que estaban mis profesores, a tal grado, que algunos se convirtieron en mis máximos ejemplos de vida profesional.
En lo bien que era sentarse en un baño impecablemente limpio y que, aunque yo no tenía una computadora personal, la infraestructura tecnológica del Campus permitía sentirme en el primer mundo.
Pero, algo faltaba que no me hacía feliz. Un poco de más empatía hacia ese otro “mundo exterior”, al que yo regresaba cada fin de semana. Ese pequeño pueblo expresión viva de todos los tipos de rezago. Las carencias, la discriminación, la angustia que genera tener que despedirse cada día del vecino próximo, que se irá a saltar la barda estadunidense para poder tener un sueño. Porque ahí, si no hay presente, menos futuro. Cada vez que intentaba explicar esto en el Tec, parecía como hablar de ovnis y extraterrestres.
Admirada por unos y discriminada por otros.
De ese tiempo, sólo recuerdo mi impotencia guardada en un libro de Galeano regalado por mi refugio de oídos: mi maestra de literatura, Susana Crelis.
La persona que más añoro del Tec.
Entonces, también me descubrí a mí misma como “pincha-burbujas”, toda yo era una expresión de mis análisis más profundos.
Pero el día en que más cuestioné al Tec fue un 19 de marzo de 2010.
Lamento hoy no sólo ser “alfiler”, sino “aguafiestas”. En sus 70 años, una de las universidades de mayor prestigio en América Latina, debe replantear su papel ante sus estudiantes y el mundo.
En este contar de décadas, debería haber una voz apelando a la memoria de Jorge Mercado y Javier Arredondo, que igual que yo, y como muchos otros, se ganaron con su inteligencia y disciplina cada peso invertido en su educación. Pero que los mataron, justo a las puertas del Campus Monterrey.
He pensado desde ese marzo que si mis compañeros hubieran tenido otros apellidos, la historia quizá –porque a estas alturas la impunidad no tiene clase social- hubiera sido otra.
Después de estos años, seguramente, esa habrá sido una de las lecciones más impactantes y, después del trágico asesinato, también hay que reconocer que el Sistema Tecnológico se está planteando las mismas preguntas que muchos nos hemos hecho.
Más que desearle un feliz cumpleaños a mi alma máter, reflexiono que mi paso por la educación privada, la de las clases privilegiadas, la escuela de los que al menos tienen para el día a día, me dejó aprendizajes invaluables.
Probablemente, el más importante estribe en reconocer las líneas de la diversidad que no hemos aprendido a unir, sino a separar. En ese sentido, el Tec de Monterrey tiene uno de los mayores desafíos a los que se haya enfrentado: ¿Cómo integrar una visión humana a su propuesta educativa?, y algo más allá: ¿cómo hacer de sus estudiantes ciudadanos no sólo educados, sino corresponsables de hacer la cohabitación de las diferencias? La tarea es también para festejarse. Siendo así, entonces, felices 70 años más.