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¿Tengo cara de…?

¿Narca?’... Esa es la frase con la que reaccioné después de que un oficial de la Policía Nacional de Colombia me indicara que tenía que pasar a revisión en la Unidad Antinarcóticos. 

Casi a medianoche, cansada y a punto de subir al avión, pensé que eso era lo que me faltaba para completar la Ley de Murphy.

Sin dudarlo el policía me contestó: “No, pero necesito revisar si usted viaja con sustancias prohibidas”. 

-¿Sustancias prohibidas? ¡Drogas, dirá!-

¿Narca?’… Esa es la frase con la que reaccioné después de que un oficial de la Policía Nacional de Colombia me indicara que tenía que pasar a revisión en la Unidad Antinarcóticos. 

Casi a medianoche, cansada y a punto de subir al avión, pensé que eso era lo que me faltaba para completar la Ley de Murphy.

Sin dudarlo el policía me contestó: “No, pero necesito revisar si usted viaja con sustancias prohibidas”. 

-¿Sustancias prohibidas? ¡Drogas, dirá!-

De esas preguntas siguieron las otras, entre los dos, una de él y una mía sobre la que él había hecho. 

Creo que sin proponérmelo, me percaté que en la práctica se vale admitir el absurdo al que han llegado las estrategias de combate contra el narcotráfico. 

Pero no soy la única y, hasta eso bien librada, de una de estas supuestas medidas de seguridad.

Hace algunos meses supimos del caso de una mexicana que fue detenida supuestamente por trasladar drogas. 

Semanas después de una movilización de su religión (había ido a la visita del Papa Francisco en Brasil), amigos y otros simpatizantes, pudo comprobarse que le habían sembrado droga. 

Hemos conocido también de casos en donde suplantan las maletas por otras y un sin fín de experiencias en donde aparentemente se hace una supervisión a fondo que previene el microtráfico, pero que a la hora de la implementación tiene demasiados errores que terminan violando los derechos de las personas, además de generar desconfianza sobre la poca confianza que podríamos tener en las autoridades. 

Eso en el aeropuerto, pero también en la ciudad. 

En lo que menos se piensa -en percepción- cuando alguien pretende revisarte es que lo hará conforme a derecho, que no se equivocará y que realmente está incidiendo en el combate al crimen organizado. 

Pero no, no es así. 

La mayoría de las evidencias apuntan hacia ese vacío de autoridad en donde la incertidumbre nos hace presa de dudas válidas sobre los elementos y procedimientos. 

Ahí están los retenes militares, por ejemplo, en dónde han muerto o desaparecido de manera forzada a personas sin haber dejado rastros, o aclaraciones, sobre lo sucedido que pudiera despejar cualquier sinónimo de errores en la implementación, complicidad o impunidad. 

En el supuesto que algunas de estas personas realmente estuviéramos haciendo un acto ilícito, así como están las cosas, pongo en tela de juicio que sería de la manera más tonta o visible. 

Mientras pasaba por el escáner, pensaba en cómo hemos creado un sistema con tantos vicios en donde mientras los que en realidad consuman hechos delictivos deambulan, probablemente, con libertad ante tantas complicidades y quienes no la debemos ni tememos, tenemos que estar en esta “cárcel” que nos han construido a partir de una supuesta seguridad. 

Escribí en mis redes sociales, no la anécdota completa, pero sí el grado de ridiculez al que hemos llegado con estas medidas someras. 

Alguien respondió que si por armas fuera, cualquiera puede ser un arma, y si por droga fuera, circula más dentro del aeropuerto que en las salas de éste.

Claro que éstas son premisas que necesitan probarse, pero con las experiencias que estamos acumulando socialmente respecto al tema de la seguridad, seguramente, más de uno en nuestros países de América Latina lastimados por las violencias, más de uno nos hemos preguntado si tenemos cara de delincuente.

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