Cada día las historias de niñas, niños y adolescentes trabajando en cualquier parte del país son más cotidianas y diariamente normalizadas

The Joker, los suicidas y los héroes

Mi abuelita Juana nunca fue a la escuela. Nació y creció en un pueblito perdido de Michoacán dentro de una familia tan pobre que cada día tenían que mezclar la masa de las tortillas con olotes para que alcanzara para todos y tapar el hambre. Cuentan que desde muy niña recogía cualquier papel que encontraba […]

Mi abuelita Juana nunca fue a la escuela. Nació y creció en un pueblito perdido de Michoacán dentro de una familia tan pobre que cada día tenían que mezclar la masa de las tortillas con olotes para que alcanzara para todos y tapar el hambre.

Cuentan que desde muy niña recogía cualquier papel que encontraba en el suelo y pasaba horas queriendo descifrar lo que decían aquellas letras. Al ver su interés, un viejo y ricachón hacendado de la zona le enseñó las bases de la lectura por unos días.

A partir de ahí, mi abuelita se encargó de aprender por sí misma. Yo la conocí así: como una gran lectora de todo lo que llegase a sus manos, leía de forma ávida libro tras libro.

No sé si fue por todo lo que leía o por un don que traía desde niña, pero mi abuelita era también una gran contadora de historias. Mis hermanos y yo nos pasábamos horas y horas escuchando las leyendas del pueblo y de sus habitantes que nos contaba frente al fogón de su cocina de tablones de madera.

Por ella es que soy periodista, por ella es que amo contar historias. Hoy, más que nunca, agradezco su influencia porque he aprendido que las historias tienen el poder de cambiar la vida de las personas y de cambiar al mundo.

Me gusta contar historias porque cuando entrevisto a alguien siempre descubro que adentro hay un héroe o una heroína que enfrenta sus miedos e inseguridades, que cambia, que se levanta, para poder dejar una huella positiva en su familia, en su país, en el mundo.

En la estructura de cualquier historia que hemos leído en un libro o visto en una película –pero también en nuestra vida cotidiana–, el héroe surge cuando una crisis (enemigo, pandemia, enfermedad, pérdida) lo saca de su zona de confort. Cuando la crisis llega, el personaje principal sólo tiene tres caminos a seguir:

1. No soporta los problemas ni la adversidad y se va del lado oscuro. Se vuelve ladrón, asesino, violador… Como pasa al personaje de Joaquin Phoenix en The Joker. Para mí, menos del cinco por ciento de la humanidad elige este camino.

2. El protagonista se siente incapaz de manejar y superar la crisis y se suicida. Son casos que representan, según yo, menos del 0.1 por ciento de la población, pero que se hacen famosos como cuando un financiero de Wall Street se arroja de un edificio al ser descubierta su estafa, que lo lleva a perder todo su dinero y prestigio.

3. La tercera opción de las historias es la opción que tomamos 95 por ciento de la población: enfrentar el problema, aprender lo necesario y cambiar para seguir adelante. Y eso hacemos la mayoría cada que nos viene una crisis personal, familiar, profesional o global. Vivir crisis es tan humano como respirar. Nos ocurren una y otra vez a lo largo de la vida y, pese a todo, aquí seguimos levántadonos para darlo todo un día más.

Por eso cuento historias: porque mi abuelita me enseñó a amarlas y porque la vida me enseñó que las historias nos permiten encontrar al héroe que todos tenemos dentro. ¡Gracias, abuelita, por ser mi heroína! ¡Gracias a ti que me lees porque sé que eres un héroe!

Genaro Mejía es periodista digital y de negocios con más de 20 años de experiencia y LinkedIn Top Voices 2019

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