#todosomosjorgeyjavier
Por las familias Mercado y Arredondo.
Seis años se pasan volando. A veces parece que fue una estocada de dolor que se aprecia en la lejanía de la memoria selectiva. Pero no. Fue real.
Entre sombras veo de nuevo las imágenes de sorpresa en las noticias y esa puerta del Tec de Monterrey que después se abandonó.
También las múltiples protestas de una comunidad estudiantil indignada que sacó de sí misma el valor civil para enfrentar a la incertidumbre.
Indira KempisPor las familias Mercado y Arredondo.
Seis años se pasan volando. A veces parece que fue una estocada de dolor que se aprecia en la lejanía de la memoria selectiva. Pero no. Fue real.
Entre sombras veo de nuevo las imágenes de sorpresa en las noticias y esa puerta del Tec de Monterrey que después se abandonó.
También las múltiples protestas de una comunidad estudiantil indignada que sacó de sí misma el valor civil para enfrentar a la incertidumbre.
Porque en aquel momento, entre errores administrativos, autoridades ausentes y crisis, nadie sabía a ciencia cierta qué pasaba.
Pero lo peor y lo mejor no fue en ese momento, quizá como “balde de agua fría” y, exceptuando lo que es sagrado: el dolor de sus padres; sino darnos cuenta de lo infructuoso que resulta exigir justicia cuando existe impunidad ante ninguna respuesta.
Fue duro. La mayoría que lo vivimos lo recordamos así.
Y si no fueron las vidas sagradas de Jorge y Javier, lo fueron también de las vidas perdidas de Gabriela Pineda, Lucila Quintanilla, Raúl Javier Villarreal y Jorge Otilio Cantú, así como la de otros jóvenes de los cuales no se tiene registro mediático alguno.
Tan sólo un informe de la Procuraduría General de la República (PGR) detalla que en Nuevo León murieron 16 civiles entre 2007 y la primera semana de marzo. Sólo en el 2007.
No se puede vivir así. En una ciudad en donde la impunidad y la corrupción nos vuelven vulnerables a todos.
Como si estuviéramos esperando en la fila de las tortillas, a ver a qué hora nos salvamos o nos espera el turno.
Aunque eso originó un parteaguas en la ciudad que motivó a que algunos de los que protestamos tuviéramos razones importantes para cambiar el rumbo.
Lo cierto es que a la distancia parece que en este país podrías pasarte muchas vidas buscando justicia.
Esa palabra a la que creo le hemos perdido la fe, el respeto y todo.
Nos queda la convicción firme de apelar a la memoria. Es lo único que no nos pueden robar.
Que se sepa que nos acordamos y, sobre todo, que eso es motivo para no atormentarse sino para darle un sentido al futuro.
No queremos otro Jorge y otro Javier, otros nombres.
Pero para que eso suceda tenemos que estar dispuestos a exigir, a contribuir con nuestros actos para que así suceda.
Porque ya vimos que si no se trabaja, no va a llegar por ninguna voluntad.
Por eso mismo sus familias, así como otros ciudadanos, están impulsando una campaña de sensibilización para la ciudadanía, pero sobre todo para autoridades.
En redes sociales puedes encontrarla en forma de firmas mediante Amnistía Internacional, o bien, con acciones específicas utilizando el #todossomosjorgeyjavier, así como una página de Facebook con el mismo nombre.
Se esperaría que en el pleno ejercicio de nuestros derechos, esto sirva para que se le ponga atención a la resolución del caso.
Pero mucho más allá de eso, que la muerte no sea en vano. Que si el dolor y el daño ya está hecho, lo que sobra es el miedo.
Tendríamos que estar atentos con el corazón presto para no permitir que se repita.
Porque si pasa de nuevo en cualquier parte del país, entonces nosotros fuimos y somos cómplices.
Porque mientras esto no cambie todos estamos expuestos a ser Jorge y Javier.