Tolkien
La historia de “Frodo y el anillo del poder” comienza en realidad con otro anillo, el de matrimonio. En 1908, a sus 16 años, el aún joven J.R.R. Tolkien conoce a Edith Mary Brat. El encuentro resultaría catártico, Tolkien reconocería en Edith el rostro de la elfa Lúthien, hija de Elu Thingol rey de Doriath y la más bella entre los elfos y los humanos. El encuentro amoroso daría lugar a la leyenda de Beren y Lúthien, pilar mitológico de Arda, el mundo a cuya construcción Tolkien dedicaría toda su vida.
Emilio LezamaLa historia de “Frodo y el anillo del poder” comienza en realidad con otro anillo, el de matrimonio. En 1908, a sus 16 años, el aún joven J.R.R. Tolkien conoce a Edith Mary Brat. El encuentro resultaría catártico, Tolkien reconocería en Edith el rostro de la elfa Lúthien, hija de Elu Thingol rey de Doriath y la más bella entre los elfos y los humanos. El encuentro amoroso daría lugar a la leyenda de Beren y Lúthien, pilar mitológico de Arda, el mundo a cuya construcción Tolkien dedicaría toda su vida.
Así es como el humano Beren (Tolkien) cae rendido ante Lúthien. Pero si en Arda la pareja es separada por las tercas leyes de la genética, en la Inglaterra de principios de siglo será la religión la encargada de construir esta barrera. Edith Mary Brat es protestante y por ello el padre Francis Morgan, tutor de Tolkien, le prohibiría verla hasta cumplir los 21 años.
Sin embargo Tolkien cumpliría su promesa de volver y el día de su 21 aniversario le propondrá matrimonio. En el mito fundacional de Arda, la elfa Lúthien sacrificará su inmortalidad para casarse con un hombre; en su versión terrenal, Edith se convertiría al catolicismo para casarse con Tolkien. si Lúthien entregaba su inmortalidad, Edith entregaba su fe.
De tal suerte que si bien es en el amor que Tolkien halla la inspiración, será en la necesidad del mito, que Tolkien encontrará su motivación. Obsesionado con los mitos y las lenguas, Tolkien lamenta la falta de una mitología británica. Por ello en Tolkien el cuento no es un fin sino un medio. El mundo de Arda no es otra cosa que el ambicioso intento de Tolkien de proveer a nuestro mundo un nuevo cuerpo mitológico.
Para ello J.R.R. Tolkien parte del lenguaje como cimiento de la construcción mitológica. “El nombre viene primero y la historia lo sigue” decía el escritor inglés, “la historia es escrita para procurar un mundo al lenguaje y nunca de manera contraria.”.
El lenguaje da vida a imágenes que a la vez estimulan la creatividad, pronto el mecanismo se vuelve autosuficiente, el lenguaje crea la historia y la historia expande el lenguaje.
Por eso el mundo de Tolkien es tan vasto y cuidadoso en su creación lingüística, no solo cada raza tiene su lenguaje, sino que dentro de un mismo lenguaje cada pueblo tiene su manera de apropiárselo. Como bien señala Isabelle Pantin, un lector sensible habrá podido notar la sutil diferencia entre el shakespereanismo de Gondor y el homerismo de Rohan; el lenguaje no es nada sin historia.
Lo que interesa a Tolkien es lo que él mismo llamó la mythopoeia; la creación deliberada del mito. Arda funciona como mythopoeia porque logra crear una unidad total, un universo completamente autosuficiente. Por eso bien decía C.S. Lewis que en el mundo de Tolkien uno no puede poner un pie en tierra sin levantar el polvo de la historia: “Ni siquiera nuestro mundo está tan cargado de pasado”.
Para cumplir sus objetivos una mitología tiene que vincularse con la realidad. Por eso la partida de los elfos a Almar, al final del Señor de los Anillos, es el vínculo determinante entre Arda y nuestro mundo. El fin de la tercera era en el mundo de Arda pone fin al mito y da comienzo a la historia: nuestra historia. Con la desaparición de los seres mágicos del mundo, Tolkien nos carga la responsabilidad del mundo a nosotros los humanos. Pero el mito de Arda no desparece sin dejar sus huellas en nuestro mundo. Es así que una pequeña lápida en un cementerio de Oxford reclama para sí el lecho final de los amantes que lo comenzaron todo. Allí descansan la princesa elfa Luthién 1889–1971 y el hombre Berden 1892–1973.