Me imagino el encuentro de Donald Trump y del primer ministro de Israel Benjamín “Bibi” Netanyahu la semana pasada en Nueva York.
Lo que no me imagino es lo que pudo haber sido que el fallecido presidente israelí y premio Nobel de la Paz Shimon Peres se reuniera con el candidato republicano a la Presidencia del imperio más grande del mundo.
Quienes han conocido al hermano de “Yoni” Netanyahu, aquel soldado de élite que perdió la vida en la Operación Entebbe, concuerdan en que el actual primer ministro de Israel es un ganador. Es decir, pragmático y ferozmente decidido a lograr que los intereses del pueblo elegido siempre se antepongan. Por eso, no resulta difícil imaginarse que Trump muy probablemente escuchó aquella máxima de Al Capone -y en estos tiempos de hoguera política inmortalizada por Vladimir Putin- que dice que “puedes lograr mucho más con una palabra amable y una pistola, que solamente con una palabra amable.
El AIPAC o Comité de Acción Política Americano-Israelí es un monstruo político cargado de dinero y de votos. Por ello, que Netanyahu -y si uno lo piensa bien- igual que Peña Nieto se anticipó al escenario que cada vez tememos más. Claro, todos dirán que no hay comparación y quizás a manera de estereotipo de estadista no lo haya pero en la acción fue lo mismo. Sin duda, Bibi y su figura ruda habría sido mucho más directo y tenaz con el rubio neoyorkino.
Pero regresando al último fundador del Estado de Israel, Shimon Peres, que hasta cuatro días antes de su muerte continuaba leyendo un libro en promedio cada tercer día y revolucionando ideas que se mantenían en la solución al problema de Medio Oriente, en la creación de dos Estados. Y recorrían las andanzas de la nanotecnología y la energía renovable siempre creyó que tres años de diálogo era más barato que cinco minutos de balacera. Es decir, un ingeniero de algoritmos políticos que pretendía tender puentes.
Trump por su parte sabemos bien que es un hacedor de murallas y no de puentes; aunque a veces la muralla es la pistola y luego viene la palabra amable. En ese sentido, tenemos que reconocer que Hillary no es sinónimo de Bill Clinton.
William Jefferson Clinton y su papel preponderante en la firma de los Acuerdos de Paz de Oslo constató su capacidad de conciliar y traer a la mesa a dos némesis de la historia. No obstante, la propia historia continuará juzgando a los tres verdaderos negociadores de los acuerdos: Mahmoud Abbas, actual presidente de Palestina, Shimon Peres y el secretario de Estado norteamericano Warren Christopher, autor de aquella referencia geopolítica llamada Presente en la Creación.
Hillary Clinton ha sido la secretaria de Estado que más países ha visitado en la historia de Estados Unidos. Y si bien sentó las bases para relanzar las relaciones diplomáticas con varios países del Sudeste Asiático, Rusia y otros más. Putin, Assad, Chávez y el propio Netanyahu le dieron más de un dolor de cabeza. Y específicamente en el conflicto Palestino-Israelí las cosas empeoraron.
Por ello, me pregunto, sin Peres, sin Obama, que con todo y premio Nobel le dejará como legado las dos mismas que heredó y prometió terminar, un Medio Oriente convertido en un polvorín, a una Rusia desafiante y a una China que tiene el Ejército y economía más grandes del mundo; sin ningún tendedor de puentes a la vista, ¿qué le puede esperar a esa parte del mundo tan lejana pero a la vez tan cerca?
La esencia teórica de un algoritmo es un conjunto de operaciones sistemáticas que faciliten la solución de un problema, ¿será que este algoritmo político carece de símbolos y sobran variables?
En cualquier caso, descanse en paz un grande al que el mundo va a extrañar, ansiando la siguiente camada de ingenieros políticos.