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Uber o no Uber

No me gusta usar taxi, no por una cuestión de precio o eficiencia, sino porque viviendo en diversas ciudades del país, infiero el riesgo implícito de subirte –más siendo mujer- sola a un auto. 

De vez en cuando no queda de otra y como todos, he tomado la decisión de usarlo. 

“Historias de taxi” podría llamarse un libro con una palabra que parece extinguirse conforme se desarrollan otros modelos de negocios y tecnologías.  

Cuando mis conocidos comenzaron a usar Uber me parecía igual de riesgoso.

No me gusta usar taxi, no por una cuestión de precio o eficiencia, sino porque viviendo en diversas ciudades del país, infiero el riesgo implícito de subirte –más siendo mujer- sola a un auto. 

De vez en cuando no queda de otra y como todos, he tomado la decisión de usarlo. 

“Historias de taxi” podría llamarse un libro con una palabra que parece extinguirse conforme se desarrollan otros modelos de negocios y tecnologías.  

Cuando mis conocidos comenzaron a usar Uber me parecía igual de riesgoso.

Sobre todo porque nadie te asegura que la información personal como domicilio o las rutas y la que corresponde a las tarjetas bancarias sean seguras.

Pero en esa moneda al aire, también hay que darle la oportunidad a las nuevas tecnologías. 

Conversando con un taxista, le pregunté su opinión. 

Él me dijo con seriedad que no sentía que les afectara porque tienen públicos distintos. 

“Uber es para aquellos que al menos tienen un celular con Internet” y siempre habrá necesidad de tomar uno de la calle. 

Aún con esa opinión que me parece equilibrada, la batalla –que no es solamente legal- ha empezado en diversas ciudades del país. 

Hace unos días, nos enteramos por los medios de comunicación de un suceso vergonzoso. 

Taxistas agredieron en el aeropuerto de Monterrey a un conductor de Uber y su auto. 

Aunque sabemos que la ilegalidad no debería ser el ideal para “aplaudir” (que de cualquier forma ya iniciaron operativos federales), se incrementan el número de casos por agresiones. 

¿Quién tiene la razón? 

Es muy difícil contestar esa pregunta porque en ambos servicios se encuentran pros y contras. 

Una línea delgada de lo que aspiramos como sociedad en la movilidad privada tanto como lo que debería regularse o no para que los usuarios seamos los beneficiados. 

Hay que tomar en cuenta no sólo la variable de la ilegalidad. 

Que no sólo aplica a Uber sino a los taxis pirata, por ejemplo.

Sino en las familias cuyos ingresos dependen de ofrecer ese tipo de servicios. 

Entender que ningún sistema puede suplir a otro, sino complementar las necesidades del mercado.

También que el Estado debe intervenir ya sea para crear un marco legal que permita la subsistencia de ambos, o bien, mediar administrativamente para evitar este tipo de enfrentamientos. 

En una época en donde la violencia se justifica ante cualquier cambio es necesaria en nosotros la prudencia. 

Entender que ambas ofertas son necesarias en una población con necesidades específicas de traslado (como infiere el taxista, no todos usan celular) en una comunidad que además está digitalizando cualquier información de la vida cotidiana.

En lugar de “echar” porras a un servicio o a otro, como consumidores lo que debemos contribuir es a generar una sana competencia que no alimente rivalidades innecesarias. 

Insistir a las autoridades que tienen que regular ambos servicios de tal forma que no sea motivo de violencias por igual innecesarias. 

El futuro y el pasado de los autos privados que ofrecen un servicio público se encuentra en tránsito en nuestro presente. 

Se rompen los paradigmas y debemos estar dispuestos a crear otros en donde quepa la cordura de entender que “el sol sale para todos”. 

Uber llegó para quedarse. Los taxis necesitan actualizarse. 

Uber es ilegal, entonces, necesitan ser legales (no víctimas de una cacería sin sentido). 

Y así, el riesgo mínimo como grandes beneficios para los que de cualquier forma, uno u otro, tenemos la necesidad de usarlos.

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