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Un México para no jodidos

Nos imaginamos que “ya merito”. Creemos que “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. Estamos convencidos que aquí es difícil que surja un “Phelps”. Nos encanta enredarnos en la generalidad del “todos son iguales” sin incluirnos. Nos agüitamos con facilidad ante los primeros intentos.

Pero no sólo sucede en las competencias deportivas. Los otros ámbitos parecen estar en ese mismo vaivén entre la incredulidad y el desánimo.

Por eso a la menor provocación nos enfadamos si Martha Debayle afirma que sus empresas no producen para los jodidos.

Nos imaginamos que “ya merito”. Creemos que “jugamos como nunca y perdimos como siempre”. Estamos convencidos que aquí es difícil que surja un “Phelps”. Nos encanta enredarnos en la generalidad del “todos son iguales” sin incluirnos. Nos agüitamos con facilidad ante los primeros intentos.

Pero no sólo sucede en las competencias deportivas. Los otros ámbitos parecen estar en ese mismo vaivén entre la incredulidad y el desánimo.

Por eso a la menor provocación nos enfadamos si Martha Debayle afirma que sus empresas no producen para los jodidos.

Sin hacer una búsqueda o reflexión profunda sobre esa frase; una masa que se asume ofendida no le gusta que se lo digan y ataca de inmediato.

Pero jodido en el diccionario significa literalmente algo menos provocador que la inferencia de ser pobre: “Que está mal por alguna causa, como una enfermedad, una molestia, un problema o una dificultad, por estar decaído o desmoralizado”.

No nos gusta pero estoy de acuerdo con Martha Debayle.

Tenemos el “síndrome” de los jodidos. De sentirnos en adversidad constante y pensar que no podemos sobreponernos emocional o físicamente a ello.

Hemos dejado a un lado el motor de cambio que radica en la autoestima colectiva.

No se trata tampoco de encontrarnos absortos en un discurso motivacional barato.

Sino realmente de profundizar sobre si todavía no hemos encontrado la raíz que nos permita entender que somos valiosos y que cada uno de nosotros tiene la capacidad de aportar a las transformaciones del país.

Creo que esa convicción de que nadie solucionará los problemas mas que nosotros desde cual sea nuestra función en la sociedad (empresario, funcionario público, ama de casa, etc.) y que, precisamente, porque somos socios tendríamos que agudizar nuestra autoestima para inspirarnos a tener el país que queremos.

Ejemplos de sobrevivencia hay muchos. Quizá nos enfrascamos en los que no. Pero yo conozco al menos más de una persona que me asombra el grado de compromiso para con su transformación personal y la del país.

Una de esas personas es Tania Martínez, he traído su nombre y su discurso casi como un recordatorio de que eso es posible.

Ella fue una de las ganadoras del Premio Nacional de la Juventud 2016. En su discurso (por favor, búscalo para escucharlo completo) comparte cómo es que pese a vivir en un contexto de pobreza, violencia y alcoholismo, logró ser la primera indígena en obtener la Beca Fulbright en México, una de las becas más codiciadas.

La gran pregunta filosófica de cualquier charla cotidiana casi siempre es: ¿Tenemos el país que merecemos? Afirmo que sí y no a la vez.

Seamos tan realistas como la conductora Debayle para aceptar que nos hemos permitido vivir en esa carencia colectiva de honestidad, de transparencia y hasta de afecto por el lugar donde vivimos.

Pero por eso mismo necesitamos hacernos algo más que sobrevivientes e inmunes a las dificultades.

Tenemos que comenzar a generar este incremento en hacernos conscientes que podemos merecer un país mejor de como lo conocemos.

Uno en donde no estemos tan jodidos, donde ese nuevo gen mexicano lo construyamos a partir de la propia realidad y de los otros. Donde no lo intentemos, sino lo hagamos. Un México para quienes como Tania soñamos en la educación posible o el deporte pese a las rencillas de los políticos, como nos mostró el boxeador Misael Rodríguez.

Es urgente construir un México para no jodidos.

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