Pero la entrada en escena de esta nueva generación bien podría convertirse en una oportunidad desperdiciada si no se traduce en un relevo de paradigmas. Lo esencial del cambio generacional es el refrescamiento de las ideas y los idearios políticos. De nada sirve el remplazo de individuos, si no es acompañado de nuevas ideas. En este sentido corremos el riesgo de estar cambiando para no cambiar nada.
Por eso los jóvenes de la izquierda deben alejarse de las viejas prácticas y endorsar nuevas formas de la política. Tanto la demagogia como el populismo son fáciles de imitar pero inútiles si lo que queremos es cambiar la esencia de las cosas.
La juventud no necesita encontrar entre ninguno de los viejos líderes políticos a su gurú o a su caudillo. Al contrario, debe crear una nueva izquierda que entierre el México caudillista y consolide el México democrático. AMLO pertenece a la misma clase política que ha dejado al país en su triste estado actual, la solución no es seguirlo, sino construir algo nuevo.
Al igual que su antecesora, la nueva izquierda tiene que partir del diagnostico de que el principal problema del país es la desigualdad social y que esta se combate a través de la educación y eliminando la corrupción y la impunidad. Sin embargo, la nueva izquierda debe endorsar un cambio que vaya de la mano de las transformaciones que han ocurrido en el mundo en los últimos años.
Por ello la base tiene que ser la capacidad creativa de la juventud. Es de la creatividad que saldrán las propuestas que podrán dar resultados al país. Tenemos que encontrar nuestro propio camino, de acuerdo a nuestros problemas y a nuestra realidad, sin por ello ignorar los ejemplos y estímulos internacionales que puedan ser provechosos.
En materia económica la nueva izquierda debe enarbolar un verdadero libre mercado, sin monopolios, ni abusos, y para ello debe construir un estado regulador que establezca reglas de juego justas y las haga cumplir sin que esto signifique obstaculizar el desarrollo económico. Será igualmente a través de la consolidación de este estado fuerte, pero no interventor, que se lograrán crear programas y estímulos que distribuyan la riqueza de manera más justa.
Otro aspecto a incluirse en la agenda es el de los derechos humanos; sobretodo aquellos de las minorías y los grupos vulnerables. Se debe además partir de esta misma visión para tratar el tema de las drogas. Debatir la legalización y un tratamiento del problema como uno de salud pública, y no de seguridad, deben ser los dos ejes por los que la izquierda debería comenzar.
Pero más importante que todo, una nueva izquierda debe empujar por una reforma educativa de fondo, que destruya los poderes sindicales y proponga soluciones viables al rezago educativo del país. La educación es la mejor manera de hacer frente a la desigualdad y a la pobreza.
Esta es la nueva izquierda que México necesita, una que se nutra de nuevas ideas y no de viejos idearios políticos. Una que entienda el mundo actual y que esté dispuesta a abrirse a él sin perder en el acto su identidad. Una izquierda verdaderamente progresista con soluciones integrales a los problemas más graves que aquejan a la sociedad.