Me encuentro en asignación. La Junta de Coordinación Política del Senado decidió enviarme al Parlamento Latinoamericano y Caribeño en la Comisión de Medio Ambiente y Turismo que se está llevando a cabo en la isla de Curazao.
He venido estudiando los antecedentes de este encuentro. Y a la vez enterándome que una adolescente sueca está siendo nominada al Premio Nobel por su labor como activista en favor del cuidado medioambiental ante el Cambio Climático. A su vez, por el viaje me perdí de la marcha que hicieron los y las niñas de Nuevo León para exigir mejor y mayor calidad del aire ante la crisis diaria que tenemos que convierte a nuestra Zona Metropolitana en una en la que, tal parece, respiramos veneno.
Esta isla es un “remanso de paz”. El agua cristalina, el aire que atraviesa los pulmones, los atardeceres de un sol radiante hacen que piense en la emergencia… ¡No podemos seguir viviendo así! Como si fuéramos sordos y mudos no ante las exigencias nacidas de la crisis ambiental, sino ante la furia de un planeta adolorido.
Estos días, al tener el honor y al mismo tiempo responsabilidad, de representar a nuestro país, me pongo a pensar en las miles de tareas pendientes ante la urgencia de resolver lo que más debería importarnos porque sin eso no hay economía, no hay empresas, no hay vida: la sobrevivencia humana.
Hoy, eso depende de un “hilo” muy frágil y en ocasiones tan difícil de descifrar ante un sistema económico en donde poco nos ha importado la explotación de los recursos con una visión de corresponsabilidad. Precisamente, por eso, a temprana edad cientos de miles de infantes han tomado la batuta de ser activistas en el mundo.
Este viernes la convocatoria de la huelga por el cambio climático es una pequeña muestra de cuánto tenemos que estar conscientes de lo que está representando para las nuevas generaciones el futuro de un mundo en donde puedes estar conectado, pero no tener agua potable para el consumo humano; en donde robots pueden hacer tareas humanas, pero no podemos respirar aire limpio; o peor aún, en donde tenemos un país con una riqueza natural inmensa y a la vez, hoy hay gente que vive en un “contenedor de basura gigante” y eso nada tiene que ver con su clase social e ingresos.
“No tenemos tiempo” coinciden adolescentes de menos de 15 años en el mundo globalizado que les está mostrando las consecuencias de lo que nosotros hemos dejado como deudas. Sí, deudas con saldos enormes de los que pocos están haciendo los pagos.
Esta reflexión en medio de una isla paradisíaca que me hace pensar que quizá no exista en algunos años (en el modo pesimista), me ha hecho estos días en el PARLATINO hacer un llamado urgente a nuestros países para crear renovados tránsitos hacia la subsistencia de la tierra, de la cual no sobra decir, es el único lugar hasta ahora conocido en el que podemos vivir.
Y, aunque las discusiones sigan, necesitamos mantener una postura firme para responder a los que hoy son las nuevas generaciones: si ellos y ellas no se van a quedar ni callados ni con los brazos cruzados. Nosotros tampoco. Sumemos en crear otro mundo mucho más sustentable.