Ciudad Mural en la Ciudad violentada

Para José Antonio Torre “Sin poesía no hay ciudad”, dice el regiomontano Armando Alanís. Sí. El día que el arte deje de verse como un asunto decorativo o accesorio, quizá podamos avanzar en la trasformación de las urbes.

Porque si se entendiera que es necesidad básica para sensibilizarnos o expresar nuestros imaginarios, emociones, sensaciones, entenderíamos que puede ser la herramienta que sirva de “puente” para nuestras fragmentaciones en los barrios.

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Para José Antonio Torre “Sin poesía no hay ciudad”, dice el regiomontano Armando Alanís. Sí. El día que el arte deje de verse como un asunto decorativo o accesorio, quizá podamos avanzar en la trasformación de las urbes.

Porque si se entendiera que es necesidad básica para sensibilizarnos o expresar nuestros imaginarios, emociones, sensaciones, entenderíamos que puede ser la herramienta que sirva de “puente” para nuestras fragmentaciones en los barrios.

Que, por tanto, merecen presupuestos públicos y privados para que los artistas no sólo puedan dedicarse a hacer labores comunitarias, sino que sean justamente remunerados.

Esta fue una primer conversación con Tomás Darío, del Colectivo Tomate, una organización que apoyados con el patrocinio Comex, lanzaron una convocatoria para que diversos artistas de todo el país realizaran murales en el Cerro de la Altamira, una de las “ciudades informales” que existen en Monterrey.

A este llamado se sumaron autoridades de los tres niveles de gobierno y otras marcas de empresas reconocidas en la ciudad.

Ciudad Mural es el nombre del proyecto, cuya inauguración fue ayer por la tarde. Fue una fiesta de arte urbano que congregó a los habitantes, representantes de las organizaciones participantes y los artistas.

Todo parece ser un avance en incremento. Eso lo converso con uno de ellos, Coyí –artista urbano- con quien trabajé hace muchos años y con quien compartí esa angustia y vergüenza de no conseguir más dinero para más latas de pintura.

Las cosas han cambiado, aunque no en gran avance, desde el momento en que existe una mayor aceptación del grafiti que antes estaba asociado a los delincuentes, ahora le podemos llamar de manera rimbombante “arte urbano”.

Todo parece una señal hermosa en ambos Cerros, el que es menos visible como éste (Altamira) como el que está beneficiado por el sistema (el de la Campana), pero las autoridades no están ahí.

Prácticamente, sólo cinco personas que representan organizaciones más el Colectivo Tomate somos los que hacemos el recorrido junto a la comunidad.

Para estas horas en los medios saldrá la otra foto, pero no esta historia que le cuento.

La de escuchar a las señoras hablar de sus murales. Son de ellas como de los artistas que han decidido dejar el ego en segundo plano para expresar cómo unas flores gigantescas representan a los nietos de una abuela; un auto de colores a los bochos que pasan por la calle; otras plantas el rancho de donde son originarios la familia de esa casa; una Heidi porque a los niños de esa casa les encanta…

Historias que se hacen nudo de garganta de la sensibilidad a la que nos abre la puerta el arte: la de tocar la ciudad a través de la forma de sus murales y no de sus violencias.

En la parte de arriba nos espera el sonidero. Los niños sostienen globos que soltarán en mensaje de paz.

Maribel, que también pertenece al Colectivo Tomate y Agueda Gon, que es su último día en el equipo de Distrito Tec, rompen en llanto y se abrazan.

Pienso en el trabajo arduo que ha representado este recorrido. Entonces, quiero hacer un llamado que tenga el suficiente eco para que esto de lo que se perdieron todos los que corrieron a la otra foto, pudieran experimentar.

Tenemos que bajar, mi maestro del urbanismo me dice bajito ante las miradas crudas y duras de los hombres a nuestro paso: “si nos quieren matar, tú nos salvas”.

Le contesto que es más fácil que me resbale a que eso pase, pero si pasa moriríamos felices.

Me tengo que sostener de su brazo porque, efectivamente, estoy a punto de caer, “mira, aquí está un poquito de la cosecha”, le digo señalando al mural que más me gustó.

Estamos convencidos que no hay proyecto urbano sin arte. No hay ciudad sin artistas ni sus comunidades. Esto no es una postura salida de clases en “Harvard”.

Es una experiencia que hemos hecho soñando y cocreado, tanto como un proceso que pertenece a quienes trabajan la ciudad con sus propias manos: La Ciudad Mural en la ciudad violentada.

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