Y los niños, ¿qué?

Si algo ha desatado la polémica en estos últimos días es el caso del albergue La Gran Familia y su fundadora Rosa Verduzco. 

El que me parece es una exhibición clara de los errores a la mexicana, no sólo de la ausencia del Estado,  de las administraciones públicas que no hacen su trabajo o del sistema de justicia que sigue la costumbre del sexenio pasado de no respetar la presunción de inocencia. 

Sino de una sociedad que también ha “brillado por su ausencia” en temas trascendentales como la infancia.

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Si algo ha desatado la polémica en estos últimos días es el caso del albergue La Gran Familia y su fundadora Rosa Verduzco. 

El que me parece es una exhibición clara de los errores a la mexicana, no sólo de la ausencia del Estado,  de las administraciones públicas que no hacen su trabajo o del sistema de justicia que sigue la costumbre del sexenio pasado de no respetar la presunción de inocencia. 

Sino de una sociedad que también ha “brillado por su ausencia” en temas trascendentales como la infancia.

Una de las preguntas frecuentes entre los que hemos sido espectadores de la noticia es el asombro de pensar que habiendo vecinos, organizaciones internacionales o hasta intelectuales visitantes de las instalaciones del albergue “La Gran Familia”, “nadie” o una cantidad mínima, se hubiera percatado de las condiciones del lugar, como de los abusos que supuestamente se cometieron. 

Al mismo tiempo y en sentido contrario, es casi para dejarnos atónitos el linchamiento mediático en el que una gran masa cae, para poner a juicio la labor de asistencia social  de más de 60 años con niños y niñas pobres, violentados desde casa o en circunstancias adversas. 

Reflexionar dos veces sobre el exceso de calidad moral de las personas hace que sea tanta, que hasta parezca doble… Sí, doble moral. 

Porque mientras podemos desatar nuestra furia hacia Rosa Verduzco, o los adultos implicados en los delitos, o los gobiernos que –de nuevo “increíble”- no se dieron cuenta, existen cientos de infantes que con, o sin albergue, siguen esperando la reacción de quienes los rodean. 

En medio de ambas posturas y algunas más contextualizadas, como las que han arrojado datos, información y versiones diversas, pocas preguntas hay sobre el futuro de los niños.

¿Qué hay después de estos años?, ¿dónde están sus familias?, ¿qué estrategias está diseñando el DIF y otros organismos o dependencias públicas para su reubicación?, ¿cómo se va a vigilar o auditar el resto de los albergues públicos o privados del país?.

También, ¿cuáles son las políticas públicas que se deberían de diseñar para asumir el reto?, ¿quiénes –además de los señalados- también son responsables indirectos de esta situación?

Si hay algo más qué investigar además de la consumación de delitos, es la forma en cómo vamos a frenar o evitar estos casos que, lamentablemente, no son los primeros. 

Quizá sí en la parafernalia mediática, pero en la fantasía donde los albergues para infantes desprotegidos son casi hogares para “inmaculados”, en México rompemos el imaginario construido. 

La Gran Familia desnuda esa realidad que nos incomoda tanto al grado de juzgarla con “rabia”, pero detengamos el tiempo en esas preguntas y una mucho más grande: Si tanto nos preocupa la condición de estos chicos, ¿qué vamos a hacer por ellos? 

Ahí es donde muchos bajamos las manos de la participación en la opinocracia. 

Porque no hay nada más cómodo que pitorrear cuando algo ha sobrepasado la capacidad de un individuo y del Estado, pero sin darnos cuenta que eso que ocurre es en gran medida responsabilidad de una sociedad entera. 

“Mamá Rosa” probablemente se convierta en la nota emblemática por décadas de lugares de asistencia social de aparente “terror”, eso no va a ser lección de nada si nosotros no somos capaces de orientar el futuro de la infancia invisible. 

Así que esta pregunta, la del título es para nosotros: Y los niños, ¿qué?

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