Si me indignaron las fotografías de Lucero portando un arma sonriente frente a un animal muerto, no puedo reaccionar de otra forma con las imágenes que circulan en Internet que presenta lo casi inverosímil… ¿Realmente lo que exhiben los medios de comunicación es reflejo del México actual?, ¿es Michoacán el ejemplo vivo de no solamente el Estado fallido, sino del hartazgo de una sociedad que no tiene alternativa más que tomar las armas?, ¿están así las cosas como para imaginar el peor de los escenarios?
No sé si te hayas hecho las mismas preguntas, pero mientras algunos lo han pasado desapercibido en el país donde “nunca pasa nada”, para mí es sinónimo de una profunda indignación, pero también acompañada de una gran dosis de falta de entendimiento.
Ya lo decía un amigo por Facebook, “la cosa está como para no entender”…. Y tiene razón, hemos escuchado tanto, repasado mapas, visto el material de los fotoperiodistas, que la brújula ha perdido el sentido.
Pero no es reciente. No es la primera vez que escuchamos de autodefensas ni de pueblos que no dejan pasar militares.
Ni de sangre de víctimas que son inocentes, ni de Iglesias que sirven de “campos neutrales”.
Se escuchaban estos ecos desde el sexenio de Felipe Calderón, a los que pocos hicieron caso, o lo dejaron en las urnas de los “libros de terror” de la guerra.
Leía hace unos días a Yuriria Sierra. Para ella “las guerras de Michoacán” son tres: del Estado contra el Narcotráfico, el Narcotráfico y Autodefensas contra el Estado. Si es así entonces ya rebasamos la “guerra de Calderón” para instalarnos en las “tres guerras de Peña”.
Tres, ya pesa, pero hay algo que observo. Esta cuestión cíclica de la ciudadanía de paralizarse ante tal situación. No hablo precisamente de no hacer nada porque me llevaría entre los pies a muchas personas que dentro y fuera del gobierno hacen hasta lo imposible por crear un país distinto, pero sí de que a muchas personas se les hizo muy fácil pensar que la solución radicaba en un cambio de gobierno.
El “botón” llamado Michoacán nos demuestra la gran fractura de desconfianza que tenemos hacia el Estado de Derecho, en el que parece que la única ley que impera es la ley del más fuerte y el más fuerte no es más que alguien portando un arma, sea ésta del Estado, del narco o de los ciudadanos.
“No nos quedó de otra”, esa es la justificación más escuchada, incluso de los párrocos de los pueblos. La gente tuvo que armarse para defenderse ante los secuestros, las violaciones, las extorsiones y todo lo que se ha derivado más que del negocio del narcotráfico, de una sociedad altamente permisiva.
Empezar a buscar culpables tampoco es opción; levantar historias de héroes y vivales, menos. Lo único que me queda claro es que si Alejandro Martí dijo alguna vez la frase célebre: “Si no pueden, ¡renuncien!” Si el poeta Javier Sicilia gritó “¡Estamos hasta la madre!”, los michoacanos afectados por esta grave situación nos demuestran que ni con renuncias ni con hartazgos.
Lo decidieron. Incorrecto o incorrecto, confuso o no, prestándose a malversiones o trasgresiones, lo hicieron.
Tradujeron un “¡Ya basta!” contundente, sin miramientos, es más con la frialdad que sólo nace de la más dura impotencia y practicidad. Armarse. Punto.
La paz como lo acaba de sacar en campaña mi amigo Antanas Mockus es un derecho de mandatorio cumplimiento.
El Estado tiene la obligación de crear las condiciones para su cumplimiento, como nosotros de gestar entornos en corresponsabilidad con nuestros gobiernos que nos permitan el reencuentro de lo perdido: las esperanzas de que esta guerra termine, sea cual sea, o el número que sea, que nos movamos hacia otra dirección en donde no sea necesario mirarse al espejo portando una AK-47.
El desafío es de Michoacán, pero comienza a hacer metástasis en todo el resto del país.
Un “¡ya basta!” Que se ha convertido en algo más que indignación, en un franco grito de auxilio.