Orgánico, biológico, ecológico, sin químicos ni toxinas y 100% natural, son algunos de los términos con los que millones de consumidores son saturados diariamente; palabras que son repetidas una y otra vez hasta que el significado de éstas queda tergiversado y difuso.
Durante los últimos años, diversos términos científicos han sido tomados por algunas compañías y defensores del ambiente para definir las cualidades y defectos de ciertos alimentos, incluso términos tan relacionados como lo ‘químico’ y lo ‘orgánico’ han sido interpretados como antónimos.
Sin embargo, lo ‘químico’ y lo ‘orgánico’ son conceptos intrínsecamente conectados, tan es así que existe una rama científica conocida como ‘química orgánica’, la cual estudia las moléculas formadas con enlaces de carbono, un elemento químico presente en cualquier compuesto orgánico.
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El carbono es una de los cuatro elementos químicos más comunes en los organismos vivos, por lo que todas los alimentos que consumen los humanos, vegetales o animales, tienen de necesariamente compuestos químicos, ya sea un bolsa de frituras o un tomate cosechado en una huerta privada.
La confusión conceptual nace tras la publicación en 1942 de la revista estadounidense Farming&Gardening, en la que por vez primera se habla sobre como cosechar alimentos orgánicos, según ha documentado el doctor en Biología Molecular de la Universidad de Princeton, Lee Silver.
“Se trata de una visión pre-científica, una noción de lo orgánico que no tiene sentido para los científicos que entienden que todos los procesos biológicos son un fundamentalmente procesos químicos…”, escribió hace algunos años el profesor Silver en la revista Science 2.0.
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Silver relata cómo algunos ambientalistas tomaron la bandera de la agricultura ‘orgánica’ para su movimiento y pidieron al Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) que reconocieran la distinción entre alimentos orgánicos y no orgánicos.
En primera instancia, la USDA se negó, pues la distinción carecía de bases científicas, pero el movimiento convenció al Congreso para que fuera creado un proceso de certificación de alimentos orgánicos, por los que el Departamento de Agricultura tuvo que ceder.
La distinción entre alimentos orgánicos y no orgánicos se extendió hasta el viejo continente. La Comisión Europea en la materia implemento la distinción a mediaos de la década pasada, como consecuencia diversos productos tuvieron que quitar el prefijo “bio” de sus nombres.
En México, la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) reconoce la distinción y define a los alimentos orgánicos como los productos vegetales, animales o sus derivados, que se producen con sustancias naturales y sin usar plaguicidas, entre otros químicos.
“La producción orgánica está basada en los principios de la ecología, salud, equidad y precaución. Cabe destacar que contribuyen a la conservación del medio ambiente al ayudar a reducir la contaminación química del agua, suelo y atmósfera”, señala la Sagarpa.
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Esa es quizá la mayor ventaja de esta clase de alimentos, el hecho que su producción ayude a reducir la contaminación ambiental, sin embargo, la distinción entre comida orgánica y no orgánica genera otra clase de contaminación, una de carácter conceptual y científica.
Como lo menciona el profesor Lee, no se trata de atacar las cualidades de los denominados alimentos orgánicos, sino de dejar en claro que los conceptos de lo químico, lo biológico y lo orgánico forman parte de un mismo proceso.