https://www.youtube.com/watch?v=g8vssAn3-Xg
Kismet, ese acto puro acuñado del Islam que nos marca a un inequívoco resultado en la vida: Destino. No se manipula, imprevisto, irrefrenable para cualquier ser humano que desee interponerse ante la voluntad de un universo inexplicable.
Bajo la premisa de que ninguna casualidad es fortuita, sino que la causalidad es parte de una vida que choca ante las causas y efectos de nuestros actos, es lo que se propone como entremés para entendimiento de “El maravilloso y trágico arte de morir de amor”, la segunda novela de Gisela Leal, escritora regiomontana de 27 años de edad.
Como reza al pie de su título “narrado en tres entregas”, Leal abre la percepción de su lector en el preludio explicándolo con una retórica que enamora hasta al más insensible corazón afligido.
Y aclara que su obra está basada en hechos reales.
“Todo lo narrado en ella sucedió en la vida de cada una de estas cuatro personas, así como en la de los personajes secundarios que forman parte de ella, todos, es importante mencionarlo, productos de la ficción”.
“Es una mezcla bastante ecléctica de todo lo que me ha inspirado, influenciado a lo largo tal vez no de mi vida, pero si en los últimos años”, comenta Gisela Leal en entrevista para Reporte Indigo.
En esta segunda obra de las letras de Leal se explora el diálogo entre dos interlocutores principales, Balbina y Nicolás, ella de 23 y el de 45.
Ambos sufren por el amor ausente, no por el recíproco entre ellos sino por el de sus respectivas parejas que han abandonado en vida o muerte a estos –ahora– seres desconsolados.
El lujo de leer
La cita en el Museo Tamayo se programa para después del mediodía. En el vestíbulo el sol llega con aplomo a su zénit comenzando la charla casual con la escritora.
Leal se muestra serena al deslizar las palabras en respuestas que detiene con la fragilidad del tiempo que parece inexistente.
Su cabello es corto y de color cenizo, producido por algún tinte especial. Porta un conjunto negro con saco informal y tenis Yves Saint Laurent, lleva un Rolex dorado como único accesorio y unos ojos caoba profundos bajo el delineado sutil del maquillaje pulcro.
Comenta que mientras se lanzaba “El Club de los Abandonados” (2012) –su ópera prima–, empezó a escribir lo que sería su siguiente libro, terminándolo en diciembre del 2014.
“Me dije: ‘Me gustaría escribir una historia de amor’, sin embargo cuando me pongo frente a la computadora no me fluye y siento que este intento no lo logra, pudiera haber escrito una historia de amor tal vez alternativa pero hablar de un tema que como es tan excelso y tan puro una vez que lo tratas de plasmar, ponerlo en palabras y materializarlo se puede bajar de nivel. Yo creo que ese fue el mayor reto que tuve”, dice la autora que radica en Nueva York.
Gisela considera que actualmente leer un libro es un lujo.
“Tenemos tanto acceso a tantas cosas, a tanta información tan dosificada (…) en cuanto a noticias, crítica, análisis, cualquier cosa. Por lo que si nos dejamos llevar por este ritmo tan esquizofrénico en el que vivimos, definitivamente sí es bastante difícil encontrar un momento en el que estás en la cama y en vez de estar leyendo un libro estás usando tu WhatsApp o estás contestando mensajes en Facebook”, argumenta.
El espeso uso del lenguaje
Dentro de la narrativa de la ficción entre el diálogo de sus personajes, se concibe una constante reiteración a explorar una idea por sus distintos enfoques, dejando al desnudo –y en un cierto vacío– a aquello que se busca explicar, pareciera que la pluma quisiera abusar del entendimiento hasta sus últimas consecuencias.
Para el desfile de más de 20 personajes que tiene el libro, Leal empleó un método fuera de lo ortodoxo para otorgarle personalidad a sus creaciones.
Cada una de las distintas voces cuenta con una fuente tipográfica que le distingue y da personalidad al personaje. Esto la escritora lo atribuye a “que se lleve el fondo hasta el límite más extremo de la forma”.
“Yo sé que abuso del lector teniendo una serie de elementos agregados que aparentemente lo sacan de la historia nuclear. Me desespera mucho el uso del ‘Ella dijo, él dijo’ todo este juego para darle la continuación al diálogo, a partir de eso cada uno teniendo su propia voz es como si me tengo que ahorrar el estar duplicando eso, porque al estar escuchando esta voz no tengo que tener un narrador un tercero diciendo que yo dije eso”, explica.
Situando la serie de eventos en 2011, entre ciudades como Madrid, Nueva York y México para Balbina, una socióloga misántropa que por azares del destino transita en estos parajes constantemente a su trabajo en una agencia de publicidad y en sus propias palabras “vuelo 27 horas por semana. Corro 90 min. A 10 mph con una inclinación de 15. Leo. Tomo Adderall, Prozac y Xanax con un vaso de leche de almendra de chocolate o vainilla. Tomo London No. 1 & tonic con un twist de limón en un old fashioned”.
Balbina cuenta vía telefónica su historia de desamor con Valentina a Nicolás, jalisciense exiliado en Girona, España, que desde su residencia con vista al Mar Mediterráneo adolece de amor por la pérdida de su esposo José Cayetano.
“El maravilloso y trágico arte de morir de amor” presenta otro libro, “Notas de monomanía, delirio y silencio: crónica de una demencia incluida”, por Nicolás Santamaría.
Este libro dentro del libro requiere de un doble esfuerzo para adentrarse a las palabras que ofrece la lectura de la obra, ya que Nicolás crea sus propios delirios e historias dentro del contexto ya presentado, perdiendo en ocasiones el enfoque seguir adelante en el camino del desamor suscitado desde inicio.
Personajes separados, ¿pero no revueltos?
Como huevos divorciados que se unen por un plato pero se dividen por una salsa, se presentan contradicciones creativas al momento de ahondar en detalles sutiles que comparten los personajes.
Balbina hace referencia a Carta Blanca y aclara que la cerveza se toma entre los consumidores de los segmentos D+ y C, teniendo más popularidad en el norte de México.
Pero el personaje nunca ha pisado esa parte del país, también menciona al asado de puerco, proveniente de esta región.
Nicolás en el apartado de su diario también habla del citado platillo, el cual está fuera del conocimiento de los tapatíos promedios.
Gisela Leal confiesa que solo ha estado un par de veces en la Perla Tapatía y al cuestionar estos localismos neoleoneses responde que “hay un uso excesivo –y estoy consciente– de elementos de todo tipo. Me agrada tener como que cierta base al origen, esas menciones que tal vez el mayor número de personas que se atrevan a leer la obra lo van a desconocer, pero que es como un entendimiento silencioso entre la sociedad en la que crecí y yo”.
–Como voltear a Cadereyta otra vez.
–“Sí”, responde con una sonrisa la joven.
Música para tus ojos
Ante situaciones diversas que se van presentando en la crónica de Balbina y Nicolás se adhieren pasajes melódicos en los que Gisela Leal no sugiere, insiste a que el lector se haga partícipe de los mismos para hacer un soundtrack acorde con la lectura. El control y la desconfianza hacia la experiencia que estén llevando los espectadores orillan a la obsesiva escritora a esta compulsión auditiva, que incluso un pié de página se convierte en siete páginas y media dentro de la obra para argüir de manera generacional –empezando por los Baby Boomers hasta la generación Z–, qué canción sienta mejor al leer un apartado del diario de Nicolás que transcurre como una película mental.
“Cuando se mezcla de manera correcta y exacta un momento, una imagen, un sentimiento y si tiene un soundtrack se potencializa mucho lo que se pueda sentir, creo que lo lleva a otro nivel”, dice.
Portishead, Arcade Fire, Mecano, Los Carpenters, R.E.M., The Beatles, Nina Simone y David Bowie son solo algunas referencias que Leal empuja dentro de la narrativa para someter al lector en una experiencia lecto-auditiva, ya que la autora considera que somos una sociedad que “vivimos con headphones”.
Narcisismo culpable
Balbina y Nicolás son un perfecto ejemplo del narcisismo, Leal admite que este es un reflejo personal que le hereda a su obra.
“Y no es que lo haya decidido, es lo que simplemente sale”, dice sin pena. “Si así se considera una vez que el lector indaga en la historia pues definitivamente va a ser la realidad, creo que hay que dejar de ser hipócritas con lo que somos, hacemos, pensamos, y si los personajes terminan siendo simplemente un producto de su ego pues quien no lo es ¿no?”.
En la historia primero es Balbina quien se desdobla para que se le conozca a fondo. Tiene miedo a volar, además de “una colección de filias, fobias, condiciones, enfermedades”, en palabras de Nicolás quien la describe como arrogante, niñita malcriada y hermosa.
Con el paso de las páginas es notorio el cariño de respeto que se entreteje entre ambos, aunque siempre manteniendo como estandarte el gusto por el dolor hacia la lenta muerte por desamor.
Esta clara dualidad de balance entre los protagónicos, pierde terreno al entrar al análisis de diálogo de ambos, ya que en ocasiones que se lee a Balbina, parece que es la opinión de Nicolás y viceversa.
Lo que nos mantiene en el carril de la coherencia es la diferenciación en el uso de sus respectivas tipografías.
Nicolás toma las riendas de su egocentrismo al entrar en su diario y sobre todo al develar paso a paso el cómo se hizo consciente de su homosexualidad, la cual le ha resultado un tabú moralista por su nicho familiar y social.
Cineastas seleccionados
A Leal le gusta la meta-ficción aunque admite que no se clasificaría en ningún género literario, pero ofrece un rotundo y asustado “¡NO!” al cuestionarle si escribiría ciencia ficción.
“Tengo una adicción hacia que el lector pueda identificar elementos de su día a día (…) me gusta que las historias se desarrollen en el aquí y en el ahora cercano (…) yo creo que eso (ciencia ficción) y suspenso serían cosas que no sería capaz de escribir”, justifica la novelista.
Al preguntarle quién sería el director de su libro si se adaptara al cine, contesta dubitativa y con cierto gozo culposo elige a cuatro cineastas independientes.
“Si es en cuanto a forma, Wes Anderson. Si es en cuanto a profundidad Kubrick y si es en cuanto a lo absurdo de la vida Woody Allen, pero para mí en este momento no hay artista más brillante en el mundo del cine que Xavier Dolan”.
Claramente la narrativa de Leal irrumpe en los estándares inclusive modernos, lo que hace recordar a la película “Más extraño que la ficción” al momento de que los personajes y el narrador en la historia se vuelven conscientes de que son productos de la imaginación de alguien más.
Más allá de la ficción
Leal afirma que hay elementos alrededor del texto que se presentan para “crear más realidad con el lector”, aunque ella no ha considerado que su obra sea meta-literatura o una especie de realidad aumentada.
“Creo que en diferentes elementos de la obra se trata de ir más allá de lo que el papel lo permite o de que los elementos que normalmente se utilizan te permiten, en ese intento el tratar de explorar las sensaciones más allá y estar conectando constantemente con, casi creo que esta quinestesia de cómo yo sé que no me puedes oler pero tal vez si se describe de la manera correcta te pueda transmitir esa sensación y eso te provoque sentir algo en la piel y va conectado finalmente a la meta-literatura que se está tratando de plasmar”, describe Leal.
La neoleonesa admira a los escritores que sin necesidad de tantos elementos o palabras puedan crear su obra con potencia y simpleza.
Y admite que es incapaz de plasmar solamente con bellas palabras o con palabras precisas por eso básicamente está agarrando “de todas partes y haciendo una mezcla de todo lo que se me permita”.
El narrador se vuelve una tercera voz al saltar de las letras y revelarse contra el libro mismo, a lo que Gisela Leal se inserta a sí misma dentro de la ficción para dar orden en su propio desorden mental.
“(…) Me quería distanciar de crear un narrador que terminara siendo personaje y termina absorbiendo gran parte de la obra. Fracasé claramente, fue un fracaso absoluto y total (…) yo creo que es la voz más natural que me sale desgraciadamente”, declara.