Carlos Fuentes es reconocido por millones de lectores en el mundo, pero pocos pueden decir que fueron sus amigos; sin embargo, los que sí tuvieron ese privilegio coinciden en un mismo punto: el literato se distinguía por su amabilidad.
González Olvera recuerda que cuando él llegaba a Editorial Santillana, a ver a su editora de cabecera Marisol Schulz, saludaba a los presentes y tenía un nivel de dedicación excepcional, desde el más alto grado, hasta quienes eran asistentes editoriales, como era el caso de la ahora directora editorial de Alfaguara.
“Tenía un nivel de atención, de saludar, sonreír a absolutamente a todos, era un hombre muy caballeroso, muy humilde y muy generoso en todo momento, esto lo irradiaba permanentemente; esto lo recuerdo desde los primeros momentos que me tocó estar a su lado”, narra la también periodista.
El novelista Eduardo Mejía describe que eso también lo hacía Carlos Fuentes en la redacción de la revista Siempre!; pese a que es modesto y reconoce que no fueron amigos, sentía su cercanía por el trato que el autor tenía con quienes le rodeaban, además en este espacio editorial tuvo la fortuna de hacerse amigo de José Emilio Pacheco, Vicente Rojo y de vez en cuando se encontraba con Monsiváis o José Luis Cuevas.
“La primera vez que lo vi fue en la redacción de Siempre! (…) estaba yo esperando que José Emilio Pacheco terminara unas cuartillas, porque íbamos a platicar de algo, cuando llegó Fuentes como un huracán y Fernando Benítez le dijo ‘oye, aquí está Margarita García Flores, ven para que te entreviste’ y ella dijo ‘no tengo grabadora’ y Fuentes le respondió ‘¿no que muy espontánea y exacta?’ y se fueron a uno de los palomares a hacer la entrevista y de paso saludó a otro amigo y a mí”, recuerda con lucidez Mejía.
Para la investigadora francesa Florence Olivier, hay un momento que rebasa la realidad y se va a lo onírico, dice que tuvo un sueño en el que Fuentes estaba en el fresco religioso de Da Vinci, al centro, cual Jesucristo rodeado de sus apóstoles, aunque queda la intriga sobre quiénes lo rodeaban y más aún, de quién era Judas.
“Tuve un sueño con Carlos Fuentes, literalmente, era una especie de cuadro, que era como La última cena, con él al centro, como una especie de Cristo-Anticristo, muy ‘Fuentesiano’ el sueño (…) Lo que me impresionaba de él ya en la realidad, era su mirada, muy penetrante, de tensión y curiosidad, como algo poco común, al asecho”, platica entre risas Olivier.
Por su parte, Solares describe que cuando lo conoció fue por conducto de Carmen Boullosa, y Carlos Fuentes le dedicó una plática amplia en su domicilio particular, lo que todavía lo hizo tener una relación mucho más entrañable hacia el también ensayista.
“Me lo presentó Carmen Boullosa. Le dije: “he leído veinte mil páginas suyas, ¿me daría veinte minutos para hablar de sus libros?” Y no me dio veinte, sino toda una mañana, en que me citó a platicar en su casa de San Jerónimo. Por su lucidez y su generosidad se ganó mi aprecio para el resto de sus días, porque mi admiración por sus libros ya la tenía. Lo entrevisté un par de ocasiones más y me lo volví a encontrar en París y en Ciudad de México varias veces, su amabilidad no disminuyó un ápice”, comparte el escritor tamaulipeco.