Cuando el amor cruza la muerte en el texto de Hiram Ruvalcaba

El escritor Hiram Ruvalcaba presenta Los niños del agua, libro en el que comparte sus experiencias en Japón tras presenciar rituales para reflexionar sobre el destino espiritual de los bebés y fetos muertos. También se trata de un paseo por las relaciones culturales, religiosas y literarias entre México y el país del Sol naciente
Karina Corona Karina Corona Publicado el
Comparte esta nota

Una noche, mientras el escritor Hiram Ruvalcaba arrullaba a su pequeño hijo, Naim, sonó en la habitación, de pronto, la canción “Blackbird”, de The Beatles. En ese momento recordó la promesa que le hizo a su primer hijo Tristán, quien falleció poco antes del parto, que un día tendría que hablar de lo ocurrido.

Luego de hacer un viaje por Japón para acudir a un “teléfono del viento”, una cabina que permite hablar con los seres que partieron, Ruvalcaba decidió que era el momento de plasmar su experiencia, la de un padre que perdió a su hijo. Así lo hizo a través del libro Los hijos del agua (Tierra Adentro, 2022).

“Ese día de la canción tenía un par de notas mentales, pero ya tenía mucho tiempo procesando el duelo, la tristeza, y cuando conocí a Jizo, deidad que protege a los niños en la tradición budista, encontré un camino para terminar con este proceso”, expresa Hiram Ruvalcaba a Reporte Índigo.

Tras un largo proceso de preparación emocional y de comprender varias cosas que sentía hacia él y su alrededor, decidió que la crónica sería el género adecuado para narrar algo más personal.

“Me tomaba una chela, ponía una playlist y dejaba que las palabras fluyeran. Sentía que el libro se estaba nutriendo de cada día que yo pasaba tratando de reflexionar en torno a él”
Hiram RuvalcabaEscritor

Al final surgieron siete relatos en los que comparte, además de su peregrinar por el país asiático, los lazos comunicantes entre México y Japón.

“Estoy convencido, y defiendo, que México y Japón son dos países con una fuerte relación cultural, no es tan evidente a simple vista, pero Japón, por ejemplo, es de los pocos países que tiene su Día de Muertos, en agosto y septiembre, tienen una muy profunda relación con sus muertos en los cuentos de fantasmas, las leyendas coloniales con fantasmas rencorosos y cuentos tradicionales”, indica.

El significado de la muerte para Hiram Ruvalcaba

Una de las interrogantes que el escritor plantea en este texto es qué pasa con ese amor que se va cada que una persona cercana muere. ¿Realmente se va ese sentimiento?

El escritor recuerda que un amigo cercano le habló sobre la acción lingüística que se da cuando una persona muere: hablar de ella en pasado, de inmediato, es la gran transformación que se da para entender que ya no está.

“Todo lo que diga de ella debe ser dicho en pasado, pero esto no es más que una forma de asimilarlo, pero, ¿realmente ya no existe, puedo decir que mi abuela ha muerto cada que cocino carne con chile y estoy usando su receta? ¿Hasta qué punto estamos convencidos de que la muerte es un final si utilizamos este tipo de manifestaciones?

“A lo mejor divago mucho y no tengo autoridad, porque estoy reflexionando mucho todavía, pero en realidad sí creo que tendríamos que replantearnos cuál es nuestra relación con los muertos, sobre todo, en esta época que no se nos permitió por cuestiones de salubridad despedirnos de nuestros muertos”, platica.

Frases del libro como “No sé, Tomoko, la vida ya nunca será igual sin ti. Pero sigo esforzándome. Todos los días, siempre”, o “donde sea que estén nuestros niños muertos, ojalá se encuentren felices, protegidos”, al mismo tiempo de presentar el dolor del duelo brindan esperanza para quienes viven algo similar a Ruvalcaba.

Los lazos comunicantes

En cada crónica Hiram Ruvalcaba comparte relatos y costumbres sobre cómo en la cultura japonesa se piensa, reflexiona y vive la muerte. Por ejemplo, se habla del mizuko kuyo, ceremonia del budismo japonés con la que se despide a los recién nacidos y a los fetos.

Una de las primeras coincidencias es en lo espiritual y en cómo en ambos países existen figuras religiosas que protegen a la infancia, en la religión budista japonesa está el dios Jizo, mientras que en México el Santo Niño de Atocha, de quien, platica él, es devoto debido a una experiencia que vivió de pequeño.

“Para mí este tipo de manifestaciones espirituales son reflejo de la cultura en la cual me vi sumergido, empezó en la católica mexicana, pero me he acercado al budismo japonés. En ambas existen los protectores de los niños enfermos, encarcelados, ese paralelismo me resultó llamativo de destacar, ¿por qué tenemos tanto aprecio por esta figura que se encarga de ayudar a los más desposeídos?”, indica.

En el texto recupera “El romance de la Vía Láctea”, de Koizumi Yakumo, en el que se menciona el destino de los niños errantes del inframundo: “como era tan pequeño, no conocerá el camino. Toma estos regalos, mensajero del inframundo y llévalo en tu espalda…llévalo en línea recta, enséñale el camino al cielo”.

Al recordar esta frase, el escritor también revela que de pequeño le perturbaba la idea del limbo que, aunque fue una invención de Dante, por mucho tiempo la reflexionó y le causó eco tras la muerte de Tristán.

En el limbo, los infantes nunca se podrán encontrar con su familia, algo que le resultaba muy preocupante.

“¿Qué pasa con las almas de tus hijos, tienen alma? ¿Volveremos a vernos? Son preguntas que para muchos podrían parecer ridículas, pero carcomen el corazón. ¿Cómo puede ser que ame tanto a esta criatura que se me fue y ya no pueda tener esperanza de reconciliarme con su propia existencia? Son preguntas que me pesaban cuando estaba escribiendo Los hijos del agua, y que a lo largo de los años he tratado de responderme”, comparte.

Si bien a lo largo de las crónicas se habla de cómo la espiritualidad le ayudó para sanar, así como de ciertos rituales ayudan a la gente para asimilar este proceso, no es partidario de convertir a nadie a la religión, pero sí es respetuoso con las creencias.

“Cuando pasó lo de Tristán yo no sabía qué sentir, no sabía si sentir algo era la ruta correcta. Cuando ví que en Japón había un grupo de personas que participaban en rituales y compartían experiencias y empatía, me interesó saber de esta religión”, detalla.

Para Hiram Ruvalcaba poder concretar Los hijos del agua fue su forma de sanar, de abordar incluso su propia enfermedad, de comprender su dolor. “Es muy complicado el mundo en la actualidad, somos dados a juzgar por lo que siente, o no, la gente ante experiencias traumáticas. La empatía es de los temas más difíciles de desarrollar, con el libro espero que la gente sea más empática”, concluye.

El libro Los niños del agua, de Hiram Ruvalcaba, es ganador del Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2020

Lazos entre dos continentes

Hiram Ruvalcaba resalta la relación entre la literatura de Juan Rulfo y la cultura japonesa.

“Hay un concepto japonés, el durami, se traduciría como un rencor tan intenso que te hace volver de la muerte para vengarte de los que te hicieron daño. En Pedro Páramo, le preguntan a Abundio sobre éste, él contesta que es un rencor vivo, ese sentimiento japonés está presente en la obra rulfiana, te pones a pensar en todos los fantasmas de Comala, están deambulando porque ese rencor los mantiene atados a la vida y es una emoción constante en la literatura japonesa”, detalla.

También puedes leer: Los lugares verdaderos, novela de la travesía del amor

Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil