Dialogar con el cine
Desde pequeña, Fernanda Rio supo que su inspiración era el séptimo arte, con el paso del tiempo lo volvió parte de su oficio y encontró que más mexicanos, al igual que ella, aprecian las películas de corte alternativo
Hidalgo NeiraEntre casettes Beta y VHS, como El extraño mundo de Jack (1993), Parque Jurásico (1993) o Titanic (1997), Fernanda Rio se sentía identificada con esos mundos paralelos que observaba en su televisión al oprimir “play” en el reproductor de video.
Siendo la menor de su familia, ella fue la única que veía en el cine una magia especial. Nadie más entendía su afición, ni siquiera su padre quien decía no haber visto nunca una película completa en su vida.
Dibujar y ver caricaturas eran su pasatiempo, además de explorar al por mayor su gusto exacerbado por consumir más y más largometrajes, por lo que invertía fines de semana enteros rentando casettes en Blockbuster y devorándolos uno tras otro, llegando a ser hasta una decena de títulos los que se llevaba a casa en una visita al local.
Fernanda comenzó a tener un lenguaje fuera de lo ordinario consigo misma y la televisión, una compañía electrónica que podía estar ahí, a un control remoto de distancia; ella sentía que se comunicaba con el cine.
A partir de ahí cada semana regresaba a presenciar el ritual de estar acompañada de desconocidos, mirar cómo las luces se apagaban mientras un proyector emitía una imagen gigante sobre una pantalla. Para llegar allí, debió orillar a su madre para que le cumpliera este deseo, aunque a ella tampoco le gustaba el cine.
Después de consumir todo lo que había en cartelera, algo faltaba, las historias se volvían repetitivas, ya no había emoción en los filmes, terminó por aborrecer al cineasta Tim Burton que era de sus favoritos.
Al regresar al centro de renta de videos, ahí donde los estrenos de Hollywood inundaban las vitrinas, Fernanda encontró que más allá de los estantes relucientes había una sección olvidada, que ni siquiera era frecuentada, una parte “oscura”, de la tienda llamada Cine de Arte.
“Agarré una película, la de No amarás de Kieslowski, tenía como 11 o 12 años y ¡me encantó! Fue como ¡wow! ‘esta película está increíble’”, narra Fernanda Rio entre risas.
Tierra fértil para el séptimo arte
Años atrás cuando Fernanda buscó lugares para ver cine independiente en su ciudad natal encontró un terreno desierto, fue así como ante la falta de espacios ella y otro socio vieron la forma de alzar un proyecto que ofreciera este arte audiovisual alternativo. Esa necesidad impulsó sus ganas por apreciar a Terry Gilliam, Stanley Kubrick, Werner Herzog entre otros en pantalla grande, además de también dar nicho al cine mexicano.
Así nació Sala Nueve en San Andrés Cholula, Puebla, proyecto que apenas tenía 20 butacas y estaba al interior de un centro cultural, cobraban la módica cantidad de 30 pesos, ofreciendo palomitas a los cinéfilos asistentes.
Fernanda comenzó este lugar a sus 21 años de edad, justo el 11 de noviembre de 2013, lo hizo para compartir su amor por el cine hacia más personas, generando un sentido de comunidad entre quienes buscaban más allá de los títulos multimillonarios estadounidenses.
Sus días se dividían entre ir a la universidad, para luego llegar a la sala y realizar todas las obligaciones del inmueble como cortar boletos, proyectar las películas, hacer palomitas, mantener el orden y la limpieza, con auténtico amor al arte.
Sin querer, Fernanda se volvió una programadora, sin conocer exactamente que ese es el oficio de una persona que planea la curaduría para una sala de cine, lo único que hacía era escoger los filmes que se iban a mostrar, comenzando por sus favoritos y luego lo que iban demandando los espectadores.
Cuatro años duró el equipo de Sala Nueve que cada vez sumaba más adeptos y aficionados, llegado el momento las distribuidoras nacionales tocaron la puerta para también ofrecer sus películas independientes.
Rio recuerda que con el estreno de Te prometo anarquía (2015) los poblanos se volcaron a tal nivel, que no cupieron ni siquiera en la galería del inmueble cultural –donde se hacían proyecciones cuando el evento iba a quedar corto en la sala– más de 300 personas acudieron a la proyección.
“De pronto ya tenemos la sala llena y llega y me dice un ciclista ‘venimos de una rodada desde el centro de Puebla hasta acá a ver la película, somos como 100’ y yo de ‘pues ya no hay lugar’, eso fue para nosotros muy bonito, darnos cuenta de que la gente sí veía que había un cine ahí”, agrega la programadora.
Toda esta experiencia, Fernanda la reunió posteriormente en un documento que destilaba un solo propósito, ser un manual para auxiliar a otras personas a que pudieran alzar su propia sala de exhibición en sus localidades, así nació Como montar un cine, que de paso se convirtió en su proyecto de tesis.
Primero circuló en internet, pero fue tanta su aceptación, que el Instituto Mexicano de Cinematografía decidió imprimirlo junto con la asociación civil Calenda Audiovisual, oficialmente se presentó este año en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara.
Tolerancia y empatía
La mujer de cabello castaño y lentes se apasiona con el tema audiovisual, señalando que ahora más que nunca el séptimo arte puede unir lazos entre las personas, las que además se interesan realmente en producciones mexicanas e independientes.
“Creo que el cine puede cambiar a la gente por su contenido narrativo, además le puede instruir educación emocional a través de mirar una película, también creo que la experiencia de ver un largometraje con otras personas te puede llevar a ser más empático y tolerante”, comenta Fernanda.
En los últimos días de la vida de su padre, Rio logró que juntos vieran un filme, compartieron la experiencia y él le dijo “está bonita, debería ver más películas”, un hecho que la marcó para siempre.
Con esta entrega propaga el cine a todos los que se acercan con inquietud a FARO Aragón, a aquellos que desean descubrir una nueva ventana en la fábrica de sueños, como cuando ella se asomó de niña a este universo con una videocasetera.