Hace 20 años perdimos a Luis Miguel.
Eso fue lo primero que pensé cuando me enteré que su disquera editaría un boxset de colección conmemorando los 20 años de “Romance”: el álbum que marcó el antes y después en la carrera de la estrella pop más grande que ha tenido México.
El tiempo cambia las percepciones. Al momento de su lanzamiento, “Romance” era percibido como un golpe de genio al reunir a la mejor voz del país -porque lo es- con los boleros de los mejores compositores románticos. Quince millones de discos y un Grammy, fueron la prueba del éxito.
Pero, a la distancia, ese disco fue su tumba artística. “El Sol” entró a una zona de confort de la que, pese a sus intentos (como “Suave” o los coqueteos con los sonidos a la Dr. Dre de “Dame”) nunca ha querido -¿o podido?- salir desde entonces.
“Romance” es un suntuoso mausoleo que ha condenado su alma artística a penar por dos décadas. Es el culpable de que su brillo haya disminuido, al grado de que sus shows en el Auditorio Nacional no se llenaron el año pasado (en algunas fechas bajaron a personas a lugares más cercanos al escenario).
El boxset de “Romance” es más que una edición de colección. Es la lápida que pesa sobre la carrera de Luis Miguel. Una verdadera tristeza.