El cambio está en el ‘click’
La revolución digital llegó hace años, pero hoy las redes sociales y los movimientos digitales traspasan las pantallas y marcan la pauta dentro y fuera de la Red.
El clicktivismo (activismo en línea) hace que cada movimiento en el mundo sea recibido por las voces de los medios de comunicación digital que se levantan en el horror, la simpatía o el apoyo masivo.
Razón por la que no se puede entender el clicktivismo de forma individual, sino como un fenómeno de acción colectiva.
Andrea Montes Renaudhttps://www.youtube.com/watch?v=6A0Gm3a2kEc
La revolución digital llegó hace años, pero hoy las redes sociales y los movimientos digitales traspasan las pantallas y marcan la pauta dentro y fuera de la Red.
El clicktivismo (activismo en línea) hace que cada movimiento en el mundo sea recibido por las voces de los medios de comunicación digital que se levantan en el horror, la simpatía o el apoyo masivo.
Razón por la que no se puede entender el clicktivismo de forma individual, sino como un fenómeno de acción colectiva.
Esta semana se vio un ejemplo clave en México: el país entero compartió el video de “La Pastora”, en el que aparecen los animales asustados por la pirotecnia que formó parte de la inauguración del nuevo estadio de los Rayados del Monterrey.
La viralidad fue tal que inclusive se lanzó una petición en línea para clausurar el recinto y/o reubicar a los animales.
Otro ejemplo es el ataque al semanario Charlie Hebdo en París, en enero de este año.
El atentado dejó 12 muertes y el mundo entero inundó sus redes sociales con un recuadro negro con la inscripción “Je Suis Charlie”.
Y es que bastaba dar click en el hashtag para darse cuenta del más de un millón de entradas que generó, y lo rápido que la noticia dio la vuelta al mundo. Y eso, solo en Instagram.
Tan solo un día después del ataque, en Twitter se usó e hashtag #JeSuisCharlie 6 mil 500 veces por minuto.
Al segundo día, se posicionó como Trending Topic mundial.
Al tercero, como una marca para la venta de gorras, camisetas, plumas y termos.
Y al cuarto día, reunió a 50 representantes de Estado que pausaron sus agendas nacionales, viajaron a París, y marcharon desde la Plaza de la República a la Plaza de la Nación en el nombre de la libertad de expresión.
Esta movilización no se logró por los medios convencionales de prensa escrita o televisada. Esto se logró por un click multiplicado por millones de veces en la Red.
Gracias a ese impacto, producto de la revolución digital, hoy, cada calle de París se asegura de recordarle a los franceses que no conviene olvidar a Charlie Hebdo.
Si bien el clicktivismo tiene sus detractores, que a menudo se refieren a él de manera peyorativa como un acto mediocre de activistas de sofá o como un síntoma de la floja y narcisista generación millennial que no busca comprometerse con un esfuerzo superior al que no sea desde la comodidad de su iPad, lo cierto es que generalizaciones de este tipo desacreditan el trabajo realmente interesante que se está gestando en línea.
Las revoluciones no serán televisadas, serán tuiteadas.
Dar un Like, un retuit o documentar las acciones en tiempo real contra el abuso del poder, el calentamiento global, el maltrato animal o las injusticias del sistema bancario confirma que las redes sociales han cambiado el activismo.
¿Qué es el clicktivismo?
Según el Oxford English Dictionary el termino Clicktivism se define como “el uso de los medios sociales y otros métodos online para promover una causa”. No obstante, el clicktivismo no solo es el apoyo o la promoción de una causa en línea. Es, ante todo, la utilización de los medios digitales para hacer una acción colectiva que desafíe el orden establecido, que logre erosionar los monopolios institucionales con la coordinación a gran escala entre personas de cualquier parte del mundo para propiciar un movimiento de protestas, boicot, firma de peticiones, crowdfunding, la parodia, la difusión de memes, o simplemente mantener a la gente informada y lejos de consorcios monopólicos que, más bien, desinforman a la población.
Un nuevo activismo
Hoy Las redes sociales demuestran tener una voz mucho más fuerte: son un megáfono gritándoles a aquellos en el poder todo el día.
La naturaleza democratizadora de Internet asusta a los gobiernos porque unifica a las personas en opiniones similares y deseos de cambio.
Pero Twitter no solo se utiliza para impulsar a las personas a la acción, también se utiliza para documentar revoluciones. Las redes sociales han abierto las noticias a todo el mundo, incluso en lugares en donde se tienen regímenes autoritarios y la censura tiene mucho peso.
Desde Siria a Egipto, y de China a Libia, los manifestantes han utilizado las redes sociales para movilizar a las masas y difundir su situación en cada rincón de la Tierra.
El clicktivismo no es solo una política de vanidad, un producto o un medio para desarrollar una marca personal online; se trata de una nueva herramienta increíblemente poderosa en el mundo del activismo, porque es tan simple y fácil, que el número de voces tiene el impacto de una sola voz: las redes sociales han formado una narrativa alternativa dicha por la gente de la calle.
Si solo se hubieran publicado imágenes con el lema “Je Suis Charlie”, y el millón y medio de personas que se manifestó, no hubiera asistido a la marcha, entonces los críticos del clicktivismo podrían estar en lo cierto y proclamar que el activismo en las redes sociales es superficial, desconectado de la realidad e incapaz de competir con las formas tradicionales de hacer política, como el voto, la militancia en partidos o las marchas.
Pero el activismo online no termina ahí. El clicktivismo se está convirtiendo en la inseparable y nueva forma de actividad política, y así lo demuestra el fenómeno de las campañas independientes en México como la de Pedro Kumamoto o Jaime Rodríguez Calderón.
¿Qué es el Slacktivismo?
Otros estudiosos son más cautelosos y negativos cuando se trata del impacto del Internet sobre el estado de la democracia.
Se descarta por completo el valor de las actividades de participación política en las redes, por considerar que los ciudadanos no intervienen en asuntos políticos significativos, y que sólo les ayudan a cumplir con sus aspiraciones personales. También existe un término para eso: slacktivismo.
De todos los términos despectivos para el activismo online, slacktivismo es el que se utiliza con más frecuencia para referirse a las actividades políticas que solo sirven para aumentar la sensación de bienestar de los participantes, pero que no tienen impacto en los resultados políticos de la vida real. Por eso se argumenta que el activismo online es slacktivismo, pues se realiza por los ciudadanos que carecen de competencias políticas centrales, solo para sentirse bien, y por lo tanto son incapaces de operar en la esfera política.
Los ciudadanos digitales pueden ser sinceros en sus deseos de influir en los asuntos políticos, pero sus esfuerzos son equivocados si solo se quieren mantener en el mundo digital de Facebook.
Se ha sostenido que las campañas en Internet son incapaces de lograr sus objetivos declarados, porque a pesar de que estas actividades pueden ser utilizadas para expresar opiniones políticas, no tienen una influencia significativa en las decisiones tomadas por los Congresos, ya que los responsables políticos prestan poca atención a lo que está sucediendo en la esfera digital.
En defensa del clicktivismo
En defensa del activismo online, DeRay McKesson, uno de los organizadores de las protestas en Ferguson, que se produjo tras la muerte de Michael Brown en manos de un policía, dijo a The Atlantic que “el estado de Missouri habría convencido a todos de que nada estaba pasando, si no fuera para las redes sociales”.
Y continuó: “Pero lo que es diferente acerca de Ferguson es que el movimiento se inició con gente común y corriente, sin rostro. No hubo Luther King, no hubo un Malcolm X, y no hubo NAACP (…) Las personas se reunieron, no bajo el principio de conocerse entre sí, sino bajo el sentimiento de una protesta compartida y difundida por Twitter”.
Así como sucedió con Je Suis Charlie, o #BringBackOurGirls, la respuesta positiva de millones de personas ante la trágica desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa ya se había difundido por todas las redes sociales.
Sin embargo, bastó un mes y medio de su búsqueda para que, el entonces titular de la Procuraduría General de la República, Jesús Murillo Karam, se cansara– en público y a nivel nacional. Fue un 7 de noviembre del 2014. “
Ya me cansé” dijo Murillo Karam, cerrando las cifras de su conferencia con un puñado de asesinos confesos y declaraciones grabadas, un incendio que duró horas y que pasó desapercibido, decenas de cadáveres, y las sospechas de que nuestros estudiantes se habían reducido a cenizas en un basurero.
Pocas horas después de su cansancio, la etiqueta #YaMeCansé se convirtió en Trending Topic. Convocó a una manifestación improvisada en el Ángel de la Independencia y empezó a gestar la marcha masiva del 20 de noviembre, en el aniversario de la Revolución Mexicana.
Según los análisis de Topsy, #YaMeCansé tuvo 7 millones de menciones en solo dos meses. Un uso significativo si lo comparamos con el #YoSoy132 que alcanzó 5 millones de menciones en siete meses, y en miras a las elecciones.
El #YaMeCansé se mantuvo 26 días consecutivos como Trendig Topic, e incluso se llegó a hablar de la Primavera Mexicana. Y ante todo esto, ¿cuál es el efecto del clicktivismo?
Y, ¿de 3 millones y medio de tuits al mes sobre una desaparición?
¿Sobre la campaña casi mercadotécnica de #BringBackOurGirls?
¿Sobre 50 presidentes marchando en París? Que así como se siente cuando se camina por Paris, El Cairo, Túnez o Chibok al día de hoy, cada calle de México también se debería asegurar de recordarnos que tampoco conviene olvidar Ayotzinapa, porque Big Brother pasó de vigilarnos, a ser vigilado por millones de personas.
El lado escéptico del ‘click’
Las redes sociales, servicios de microblogging y sitios para compartir contenido como YouTube, han introducido la posibilidad de la participación a gran escala: la visibilidad de las prioridades nacionales e internacionales, tales como la salud pública, el hartazgo político, la ayuda tras desastres naturales y el cambio climático.
Sin embargo, sabemos poco acerca de los beneficios –y los posibles costos– de participar en el activismo social a través de Internet, sobre cómo la decisión de participar en el sistema de “bajo costo, bajo riesgo” online afecta la acción cívica posterior, y qué organismos se benefician de ello con la recaudación de fondos a costas de un click, que se dice ser sin ánimo de lucro, pero que está gestionado por empresas con todo el ánimo de lucrar.
O bien, las motivaciones morales detrás de una causa. Como la polémica que desató el cortometraje “Kony 2012”, lanzado por Invisible Children en 2012, y que denunciaba las crímenes de Joseph Kony, un líder del grupo paramilitar LRA, que sembraba el terror y la violencia en Uganda.
El video se convirtió en un fenómeno viral al ser el más visto en la historia, con más de 100 millones de reproducciones después de su lanzamiento y la recaudación de más de 28 millones de dólares.
A mediados de abril del año pasado, más de 200 niñas fueron secuestradas en Nigeria por Boko Haram, un grupo radical islamista. Este hecho habría permanecido ajeno al mundo si no hubiera sido por cuatro palabras difundidas en Twitter que lo convirtieron en un suceso de prioridad internacional: Bring. Back. Our. Girls.
Millones de personas se sumaron al grito de las familias mutiladas por el robo de sus hijas. De Estados Unidos procedían casi la mitad de los tuits de esta campaña y la iniciativa que se consideró como una nueva demostración del poder, se bautizó como hashtag activism o activismo de etiqueta.
La frase de los activistas nigerianos, pronto se hizo el lema de organizaciones internacionales como Unicef o Amnistía Internacional, y personajes influyentes como Michelle Obama y Angelina Jolie.
La protesta online, que se parecía más a una campaña de algún producto de moda entra las celebridades, puso bajo presión al Gobierno de Nigeria y obligó a la comunidad internacional a involucrarse en su liberación.